¡Qué paz al evocar mis pasos por la vieja y cálida casa del pueblo! Esos techos de palos de madera que casi tocaban las nubes ¡porque mira que eran altos abuela! y llenos de murgaños, jajaja… ¿lo recuerdas? no era capaz de cruzar el quicio si antes no los hacías bajar. Vaya miedosa que estaba hecha. Mis padres me reprendían pero tú te limitabas a respetar mis miedos. Dicen que los padres educan mientras los abuelos miman, pero en mi perdura más vuestro recuerdo que la presencia de mis padres.
Y hablando del abuelo, era tan gracioso sin pretenderlo, que siempre que le recuerdo me sonrío por todo el día.
– Abuelo ¿ya has cenado?
– sí, contestaba él.
– y ¿qué has cenado?
– nada.
Sublime. De una sencillez arrolladora.
Nunca más, desde que se fue cuando yo tenía 13 años, he podido volver a ver a ninguna persona muerta, ni siquiera a tí; supongo que necesitaba verle como realmente era y no como yo le conocí, siempre de color morado por sus problemas respiratorios y en forma de L por su escoliosis… ¡Y era tan guapo! sonrosado y más tieso que un ajo; y con su eterno olor a caramelos Saci. Le echo de menos, se fue muy pronto.
Y tú estabas triste pero seguiste siendo la misma. La que bailaba entre los fogones; la que con un peine, agua fría y jabón de Heno de Pravia, lucías como una reina ante mis ojos. Tú me enseñaste que no hacen falta muchas cosas para amar y ser amada.
Ahora, envuelta en los aromas de mi infancia, rememoro los momentos más felices de mi vida; en el pueblo y siempre contigo mi preciosa güeli.
El olor del café de puchero y el calor del brasero eran mi mejor regalo cada noche.
Y durante el día, mi mayor divertimento era pasear a tu lado por el camino del arroyo y coger piedrecitas. ¡Cómo olía el campo cuajadito de amapolas! El aire sabía a vida y tu pelo a vainilla, té y canela…
¿Recuerdas la Singer? ¡Cuántas cosas bonitas nos hiciste! Creo que la casa se está cayendo, pero allí sigue tu máquina de coser, tal y como yo la recordaba. Mientras tú le dabas al pedal yo contemplaba el Lilo, al lado del pozo y a la sombra de la Higuera… Que ya no está porque alguien se empeñó en cortarla y se llevó la sombra; ya sólo queda un árido solar, desprovisto de vida.
Largos años sin tí, pero cuando me pierdo, me hallo contigo en mi cocina; saboreándote hasta embriagar mi cuerpo. Nos contamos la vida mientras borbotea el puchero; nos aspiramos hasta marearnos; reímos tanto que me da hipo. Mientras haya lumbre, un camino con piedras y un campo de amapolas, siempre permanecerás en mí con tu aroma a vainilla, té y canela.