Ha dejado de llover, pero el temporal ha traído un temporal desapacible que golpea furiosamente el edificio y hace temblar los ventanales. Debe hacer frío fuera.
Sin embargo preferiría quedarme en la calle que aquí dentro. Solo. En la oficina. Con este mosquito diminuto.
A veces lo pierdo de vista. Pero luego vuelve a aparecer con ese vuelo errático y característico. Y revolotea frente a mí.
Antes ha pasado junto a mi oído y me ha susurrado algo. No lo recuerdo bien, pero era algo terrible. Quizá por eso lo he olvidado.
Aunque aún me queda ese vaga reminiscencia en mi mente. Como cuando uno se despierta de una pesadilla de la que ha olvidado todo pero le deja mal cuerpo.
Confieso que hace un rato he aplastado con la mano a uno de esos mosquitos. Ha sido contra la mesa. He sentido cómo su cuerpecillo se quebraba y un líquido rojizo y viscoso ha brotado del insecto.
A pesar del tamaño del mosquito ha salido mucha sangre. No sería exagerado decir que parece que he demarrado un vaso entero de ese líquido asqueroso sobre el escritorio.
He intentado limpiarlo. El resultado ha sido que lo he extendido más.
Otra vez ha vuelto a pasar. Junto a mi oreja derecha. Y me ha vuelto a susurrar algo.
Me pica mucho la parte interna del oído. Siento la imperiosa necesidad de rascarme ahí dentro. Con el dedo no llego. Necesito algo largo y afilado. Quizá estas tijeras me sirvan. ¡Qué picor!