Los dos ladrones habían conseguido escapar con un preciado y valioso botín; ambas figuras se confundían al amparo de la noche hasta que alcanzaron el punto donde habían convenido que debían separarse:
Sam, yo no quería hacerlo; joder, no tuve elección, fue un acto reflejo, creí que iba a matarme. Decía una de las figuras entre sollozos y jadeos. De verdad que no quería apretar el puto gatillo pero... ¿qué podía hacer? El tipo se tiró a por mí para hacerse el héroe. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Ahora vamos a separarnos, yo me llevo el collar, lo entrego, repartimos y no vuelvo a oír tu patético llanto. Tú mientras tanto deshazte de la pistola y procura mantener la puta boca cerrada.
Lo que tú digas Sam, pero... ...¿vendrás a buscarme no? No me dejes tirado, sé que dijiste que nada de violencia innecesaria pero es que no he podido hacer otra cosa. ¿Y si me hubiera quitado la pistola? ¿Y si se dispara y alguien llama a la policía?
El tipo seguía sollozando y lloriqueando cada vez más preocupado por las posibles consecuencias de su inesperado crimen, hasta que empezó a oír cómo su compañero empezaba a reírse por lo bajo, de una manera burlona y perversa.
Joder no te rías. Yo no quería hacerlo, de verdad, ha sido una reacción espontánea, tú sabes que no había maldad.
Al oír aquella palabra la risa aumentó, cada vez más vigorosa, más burlona y más siniestra. La figura seguía riendo y riendo hasta que se abrazó fuertemente a su compañero mientras le susurraba al oído:
¿Maldad? Jajajaja, no tienes ni puta idea de lo que es maldad. Maldad es engañar a alguien durante años para que confíe en ti esperando el día en que te puedas alimentar de esa confianza, maldad es planear un atraco y decir a un pobre imbécil que tenemos un comprador que nos pagará millones por una joya que en realidad no tiene demasiado valor, maldad es explorar en su debilidad e invocar su inseguridad encargándole que lleve una pistola sabiendo que su miedo le hará usarla a la mínima. Maldad es tomar su alma y dejarle morir mientras tiras un botín que nunca te importó.
El hombre notó que, repentinamente, algo frío se le hundía en el corazón; no sintió miedo sino sorpresa, seguía oyendo las tenues y calculadas carcajadas de su socio al oído mientras este apretaba el cuchillo contra su pecho hasta que ya no podía hundirse más. Su socio sacó el cuchillo súbitamente, lo que le produjo una hemorragia de confianza, de admiración, de respeto; sentía que lo bueno que había en él se estaba vertiendo a borbotones por aquella herida mortal mientras veía cómo la cara de su socio adquiría un perfil grotesco.
¡Sam! ¡Sam! No te vayas, no me dejes morir aquí. Samueeeeeel.
Mi nombre es Samael. Dijo la otra figura mientras se alejaba tranquilamente sin dejar de reír, saboreando otra pobre alma incauta, hasta confundirse entre las sombras.