Las voces eran las que dictaban los pasos a seguir, sabía bien que no hacerles caso podría causarme más daño. Y no quería más daño, quería acallarlas y la única manera de hacerlo era obedeciendo, sin dudas, sin peros.
Las voces me exigían hacerlo con la promesa de desaparecer de mi cabeza para siempre, era una oferta muy tentadora que implicaba un sacrificio, traía consigo sangre y dolor pero también paz y silencio.
Había encontrado al responsable de los destrozos de mi alma, de mis daños mentales y él sería el sacrificio, él pagaría el precio por silenciar esas voces. No sería fácil.
Hallado el momento y el lugar me dispuse a sentenciar el trato con aquellas voces, era ahora o nunca, no habría otra oportunidad de hacerlo y hacerlo bien. Bien planeado y sin cabos sueltos.
Mis manos temblorosas sujetaban el cuchillo que clavé lentamente. Notaba la cálida sensación de la sangre cubriendo y recorriendo mis manos, una sensación única mezcla de placer y miedo. Mientras las voces se iban mitigando notaba las saladas y húmedas lágrimas recorrer mi rostro, intentando limpiar todo rastro de culpabilidad del atroz acto que estaba cometiendo.
Cuando más concentrado te encuentras, cuando has conseguido centrarte del todo, tu plan se puede ir a la mierda por el simple hecho de que la víctima no quiera colaborar. Había que obligarla a cooperar. Cerré los ojos y hundí un poco más el cuchillo en el cuerpo.
Había que ser muy tonto para llegar a creer que todo se solucionaba con dos pastillas, que solo ellas serian las causantes de encontrar la paz y el silencio en tu cabeza. No, esa no era la solución. Solucionarlo requería sacrificio, sangre, dolor.
Solo unos centímetros más y las voces desaparecerían del todo, abandonarían mi cabeza para mudarse a otra, para convivir con otra víctima a la que manipular y destrozar. Un solo empujón me separaba de la calma.
Dispuse las dos manos sobre la empuñadura y apreté, el último golpe que acabaría con todo.
Las voces desaparecieron casi de inmediato tras el golpe final. Ya no había voces, solo dolor y sangre.
Observé el cuchillo clavado en mi pecho una última vez. El responsable había pagado el precio y podía irme en paz.