Me encantan los dispositivos electrónicos, es un hecho, una realidad de la que no puedo evadirme. Por las mañanas Alexa, con el protocolo «Buenos Días», levanta las persianas mientras hace sonar la Primavera de Vivaldi. Mucho mejor que esos pobres que se despiertan con algún politono horrible. Me recuerda a un anuncio contra las drogas de un gusano que ascendía por el hueco de la nariz, la sola idea de un bicho introduciéndose en mi cerebro me revuelve las entrañas.
Cuando llego a la cocina, mi café ya está listo. El robot de cocina y la Nespresso están sincronizadas con mi despertador; prefiero el olor a un buen café de cápsula al del napalm por la mañana. De este modo es imposible no salir a la calle de buen humor.
«Avería en Renfe», no hay problema; una notificación en mi teléfono móvil antes de llegar a la estación y tomo una ruta alternativa. Grandes ventajas de vivir siempre conectado. No tengo ni que mirar al GPS, una vibración en el bolsillo me indica mi parada. Genial, el mundo funciona.
Cuando me bajo del transporte público llega el recordatorio de una cita. Menos mal que la agenda está ahí, no me había dado cuenta de que hoy tenía que acudir al dentista y menos que la nueva consulta está en un polígono industrial. Si no hubiera una cola de coches de alta gama esperando no diría que esto es un consultorio médico. Se levantan las persianas mecánicas y todo el mundo entra. Yo con ellos, eso me hace sentir un poco borrego. Yo diría que es un garaje más que una sala de espera. Llego a creer que ha habido algún tipo de equivocación.
Un ejecutivo con traje pide ayuda. Es incapaz de apagar el motor de su BMW, me hace gracia esta gente que se compra productos a la última y es incapaz de utilizarlos. No es el único que está nervioso, más de uno ha levantado la cabeza de sus pantallas en señal de alarma. Al parecer todos los coches están arrancados a baja revolución expulsando gases. Uno de los hombres intenta salir, aunque claramente todas las salidas están bloqueadas. Uno a uno todos sucumbimos al monóxido de carbono, mientras en mi pantalla aparece la frase «Muerte dulce».
La policía y las ambulancias no tardan en llegar, han recibido varios mensajes de despedida desde nuestros móviles. Además, las pulseras de actividad han emitido una señal de emergencia cuando los indicadores vitales eran alarmantes.
Al llegar a la escena, el detective no se sorprende. Es el cuarto suicidio múltiple de frikis este mes. Las teorías apuntan a que es algún tipo de ritual en una secta newage. Algunos conspiranoicos elucubraron sobre la posibilidad de que una inteligencia artificial se hubiese vuelto perversa. Menuda tontería, ¿qué clase de «inteligencia» intentaría acabar con la humanidad poco a poco pudiendo lanzar un ataque nuclear? Entonces recordé como mi gata se divertía viendo agonizar a los ratones antes de matarlos.