Su cuerpo aún estaba ensangrentado cuando se despertó. Tocó con miedo las vías del tren donde fue abandonado, y suplicó por ayuda. Apenas lograba recordar sus últimos momentos con vida. Imágenes borrosas llegaban en todos los sentidos, sin un orden aparente. En su bolsillo había una nota con un "lo siento..." escrita en ella. No había explicación.
Con torpeza logró incorporarse y caminó hasta su antigua casa, pero todo era distinto. Las luces no funcionaban, la música se había apagado y sus padres ya no estaban. ¿Cómo podían dejar a su hijo?, se preguntó, sin obtener respuesta. Subió las escaleras hasta su habitación, que ahora el nido de alimañas. Sintió morir. ¿Pero no estaba muerto ya?
Al verse al espejo trataba desesperadamente de juntar los trozos de carne podrida que colgaban de su rostro, y sollozaba por entender su castigo. Se llevó las manos a la cabeza y con fuerza apretó, como si intentara arrancarla de su cuerpo, sin éxito. Fue hasta que, dando tumbos hasta el jardín, miró a la Luna y recordó que su arrogancia lo llevó a su fin.