Cuidadosamente subí al desgastado bote, no podría asegurar que fuese el más adecuado, pero ciertamente varias almas habían pasado por él. Ayudé a Eddy a no caerse en esas frías aguas, juntos pescaríamos un poco. Las personas no suelen navegar durante la oscura noche, pero convencí a este anciano, sus niños están perdidos si no trae algo de comida.
Tomamos los remos, y empezamos a impulsarnos hacía lo profundo de aquel enorme lago. Muy rápidamente las circunstancias se tornaron realmente extrañas. Cuando te alejas lo suficiente de la tierra, la neblina empieza a apoderarse de todo aquello que intentes ver, y el más absoluto silencio reina. Es el lugar perfecto para tener una cita solitaria con tu mente. Algunos afirman que esto no es parte de nuestro mundo, y que el mal reina en este lugar. Leyendas urbanas, dicen en el pueblo.
Durante un par de horas intentamos pescar. Aunque me desconcerté completamente cuando una voz femenina se escuchó desde algún sitio, tras la niebla.
¿La escuchas? –Interrogué al anciano.
¿Escuchar qué? –Respondió dudoso.
Ella está cantando. –Aseguré.
Eddy me vio con algo de desconcierto, incapaz de comprender lo que le estaba diciendo. Realmente no entendí como no podía escuchar a esa chica cantar.
Viene de allí. –Afirmé y señalé el lugar de donde el ruido provenía.
Su mirada le delataba nervioso, como si yo estuviera loco ¿Puedes creerlo? ¿Yo, un loco? El viejo Eddy está loco ¡Yo no estoy loco! Así que navegamos en esa dirección a la que señalé. Mi sonrisa se hacía más notoria a medida que nos acercábamos y mis oídos sentían aquello casi como un susurro. Salió, de la nada, aquel bote vacío, ante nuestros ojos.
¡Lo ves! –Exclamé con emoción.
El viejo Eddy estaba algo asustado, en su rostro se reflejaban varias dudas, aunque la lengua le temblaba y no se atrevía a hacer preguntas. ¿Un bote vacío?
Creo que en mi cabeza escucho cantar a las voces de quienes murieron en mis manos. –Confesé.
Aquel anciano me miró con incredulidad y confusión. Empecé a convulsionar, no puedo evitarlo, no puedo contenerlo, os juro que no estoy en mis cabales… Esa niebla ¡Esa niebla! Pierdo el control, veo sangre en mis manos, sus gritos desesperados atrapados en la inmensidad del lago, y finalmente, el silencio.
El rojo de su sangre tiñendo la madera de mi embarcación, sus tripas frescas desparramadas ante mí, el placer de su muerte, el demonio de mi interior devorando su dolor y alimentándose del sufrimiento. Leyendas urbanas, dirán en el pueblo.