—No me mires así… Hubieras hecho lo mismo.
Quien habla es una mujer. La mirada incómoda le pertenece a una segunda mujer.
—Pensar que esos estantes estaban llenos de latitas de atún... Atún en aceite vegetal. Y agua con gas. ¡Echo tanto de menos el agua con gas! Pero, bueno, sabíamos que era de las primeras cosas que se nos iban a acabar, porque a las dos nos gusta y tú no tienes medida para beber. ¿Qué? ¿Qué he dicho? ¿Acaso es mentira? Te recuerdo que apenas probé los zumos. Y sí, sé que la mitad estaban podridos, pero eso no te disculpa. ¿Desde cuándo bebemos sólo agua? ¿Qué? No me mires así. Tengo razón. Eres una glotona egoísta. Todas las cosas dulces que preparó mi madre… ¿Cuánto duraron? ¿Ocho meses? ¿Nueve? Y además esto, todo esto, que debía ser como un hogar para nosotras, está sucio y descuidado por tu culpa. Mi madre me rogó: hija, vente con nosotros. Y yo le dije: mamá, mi lugar está con ella. Pase lo que pase, quiero estar con ella. Y aquí estoy, contigo y con esa mirada terrorífica que siempre pones cuando te enfadas. ¿Pues sabes qué? Estoy harta y a lo mejor... No, no te estoy echando en cara nada. No. ¡No me mires así! A veces no sé qué pensar. ¡Claro, porque a ti te da igual lo que yo piense! ¡Siempre te dio igual! Quiero a mi mamá… Mamá… Ahora no quiero. No. Déjame. ¿Ahora vienes? Me dices cosas horribles y luego como si nada. Estoy harta. Y a lo mejor me termino yendo. Eres una egoísta y mala persona. ¿Qué? ¡Deja de mirarme así! A veces creo que no me quieres. ¿Me quieres? Yo te quiero. ¿Y tú? Mira qué ojos tienes... Siempre me gustaron tus ojos. Tus ojos y tus manos... Sé que habrías hecho lo mismo. Sé que lo habrías hecho porque te conozco. Mi madre creía que yo no te conocía, pero te conozco. Hemos pasado muchas cosas juntas y te conozco y por eso sé que lo habrías hecho y lo siento, pero yo te quiero y siempre te quise y siempre te voy a querer. Te quiero. ¿Tú me quieres? ¿Nos queremos verdad? Lo siento, pero yo te quiero. ¡Te quiero!
El monólogo pasó de insistente a desesperado y en un instante, como en un destello, la realidad fue todo vértigo. Entonces tomó el mismo cuchillo que antes fue cubierto y se lo hundió una y otra vez en el cuello mientras seguía pidiéndole perdón a una cabeza.
Afuera, arriba, el silencio y la nada.