Después de despedirme de mis amigos en la playa, me dirigí a mi camioneta. Puse
mi tabla de surf y cuando cogí la lona para cubrirla, encontré una maleta metalizada
muy elegante, tipo ejecutivo. Miré hacia todos lados y no vi a nadie. «¿Quién se había
dejado esa maleta en mi coche?, y ¿Por qué?», pensaba.
Intenté abrirla, pero no había medio, tenía dos pestañas de seguridad con sus
respectivas combinaciones de tres números.
La deposité delante y decidí mirarla con más calma en casa. Cuando llegué al
garaje, contemplé aquella misteriosa maleta. No le dije nada a Marta de mi hallazgo.
Por la noche, después de la cenar, me fui al garaje, ella quería ver una película.
Agoté todas las series de números puestos al azar, hice palanca con un
destornillador, pero aquello no cedía ni un milímetro.
Decepcionado fui al salón, Marta miraba la tele por encima de un cojín, que tenía
apretado contra su rostro, parecía muerta de miedo.
—Están poniendo una película muy terrorífica, se titula: “Los números del
diablo”. ¿A dónde vas con tanta prisa?
Me volví rápidamente al garaje, cogí la maleta de la camioneta y la apoyé en el
banco de trabajo y probé con esa combinación… seis, seis, seis, presioné las lengüetas y
las dos pestañas se liberaron. Mis dedos se movían sin control, levanté la tapa muy
despacio, noté que sudaba.
—Joder, joder…, ¡la madre que me parió! —dije soltando la tapa y dando un
brinco en el aire hacia atrás. Volví a levantar la tapa.
En la maleta había una mano humana ensangrentada, era grande, con dedos
fuertes y en el dorso tenía tatuado una calavera y un puñal clavado. Tenía el puño
cerrado y sujetaba algo con mucha fuerza.
Esto era de locos, algo muy macabro. Me quedé desconcertado, de pie absorto,
contemplando aquel miembro humano. Me acerqué para mirar mejor el tatuaje y debajo
pude leer: “Ya no hay escapatoria”. La puerta se abrió con un chirrido, era mi mujer,
me asustó
—Eh, amor, ¿qué estás haciendo? ¿Y esa maleta? ¿Qué es eso que hay dentro?
—me preguntó extrañada.
Fui a decir algo, pero mi mano comenzó a moverse incontroladamente. Ella me
miraba sin comprender nada.
—Bueno, ¿qué pasa? ¿No me vas a decir qué hay en esa maleta? —preguntó
Marta enfadada.
Sentí que mi mano derecha crecía, como si mutara, alcé la mano y vi el tatuaje,
sujetaba lo que parecía una daga plateada. Sin mediar palabra la mano salió disparada
hacia la garganta de Marta, le clavó la hoja en el cuello, ella se llevó las manos al
torrente de sangre mientras balbuceaba. Sus ojos transmitían terror. De repente mi mano
derecha se alzó de nuevo y descargó una puñalada en mi garganta, ni siquiera tuve
tiempo de detenerla. La sangre lo salpicaba todo.
…
—Si, los encontramos a los dos muertos y al marido le faltaba la mano derecha,
aún no la hemos encontrado y tampoco sabemos quién se la cortó y por qué.