Detengo mi coche frente a la pared gris de mi plaza de aparcamiento, la número cincuenta y uno. Apago el motor mientras cierro los ojos; hoy es un mal día. Miro la chaqueta tirada en el asiento de al lado, del bolsillo interior asoma la carta de despido que esta mañana me entregaron en la empresa. Lo peor todavía está por llegar: decírselo a mi mujer. Tras cinco años de matrimonio llevamos meses soportando el desmembramiento de la relación, y esto no va a ayudar.
Salgo del coche, cierro la puerta y me encamino hacia el ascensor; estoy a mitad de camino cuando las luces del aparcamiento se apagan. Me quedo quieto, pienso que por fin ha fallado la antigua instalación eléctrica, llevamos meses queriendo cambiarla. Oscuridad total. Mientras busco el móvil en la chaqueta, escucho un sonido que me sobresalta; es similar a un crujido, dos segundos después se repite. Me dan pánico las películas de terror, así que por mi imaginación vuelan infinidad de miedos imaginados.
Un nuevo crujido, después un siseo, como si algo grande y pesado se moviese. Sigo buscando mi móvil, el temblor está instalado en mis manos. Ahora el crujido es más fuerte, más cercano, imagino unas enormes mandíbulas abriéndose y cerrándose sobre mí. El siseo regresa, como si alguien balancease algo grande y pesado, pienso en una guadaña o un hacha descomunal. Encuentro el móvil, pero se escapa entre mis dedos temblorosos; no logro pedirle a mi cuerpo que se mueva, que flexione las rodillas para recogerlo.
Intento distinguir algo a través de la oscuridad mientras siento la boca seca, un miedo exacerbado encoge mis intestinos y el sudor empapa los poros de mi piel, quiero gritar pero la voz no me responde. ¡Tengo fobia a todo lo que genera incertidumbre! Vislumbro un movimiento a mi derecha, entre dos coches; es un bulto enorme que nuevamente cruje, como si apretase alguna cosa. Algo brilla mientras se mece de arriba abajo, parece el hacha que antes imaginé… ¡Alguien está ahí parado, esperándome para cortarme en pedazos y devorarme!
De repente vuelve la luz, tardo unos segundos en reaccionar y apartar de mí este miedo irracional. ¡No hay nada! ¡El espacio entre los coches está vacío! Logro doblar mis piernas para coger mi móvil del suelo, mi angustia se va alejando poco a poco.
Camino hacia la puerta de salida, volviendo la vista hacia atrás, asegurándome de que el garaje está vacío. El sonido de entrada de un wasap me hace volver a la realidad. Procede de un número desconocido, lo leo dos veces para entenderlo: “Estoy detrás de ti.”
Lo último que escucho es el crujido de mis huesos.