Fabriccio llevaba meses con la idea de que su local tenía los días contados. Ya nadie hacía fotocopias. Pasaba los días solo, espiando por el escaparate con la esperanza de que alguien entrase. La Canon de Fabriccio era la única fotocopiadora en la isla de la Giudecca y ni siquiera eso hacía que el negocio de Fabriccio fuese rentable.
La mañana en que arranca esta historia la pobre Renata acudió al local de Fabriccio entre decidida y triste. En su mano nerviosa sujetaba una foto de Morgana, su gata negra. Cuánta televisión habían visto juntas. Se enroscaba como una ensaimada y dejaba que Renata la acariciase durante toda la tarde.
Fabriccio cogió con respeto la foto de Morgana. Mientras componía un sencillo cartel para reclamar la gata desaparecida, Renata se lamentaba. Morgana no podía desaparecer porque sí. Era una gata muy grande en una isla muy pequeña. ¿Quién podía ganar algo secuestrando a una gata vieja?
Renata pagó a Fabriccio 30 euros por 200 copias en color. Pidió papel bueno para que los carteles aguantasen mejor la humedad de la laguna veneciana. Pegó los carteles por toda la isla, pero nadie llamó. Algunos vecinos se interesaron por Renata y su gata, pero pronto se olvidaron del extraño suceso. Y mientras los carteles se desvaían, aquella mujer fue comprendiendo que su gata no volvería nunca más.
Entonces otro gato desapareció. Pertenecía a un matrimonio inglés que también llenó la isla de fotocopias. Un tercer gato y dos perros se evaporaron el mes siguiente. En la Giudecca comprendieron que algo realmente inexplicable estaba pasando y vigilaron a sus animales con verdadero temor. Si antes dejaban que sus mascotas cruzasen la isla de punta a punta, ahora todos sospechaban de todos.
Los acontecimientos cambiaron drásticamente con la desaparición de Giorgio. Giorgio era el gato de Aldo, un niño encerrado en sí mismo que había empezado a comunicarse gracias al animal. Aldo había sonreído por primera vez viendo a Giorgio perseguir su propia cola. Sus padres comprendieron que la conexión entre el niño y el gato era especial. Si Aldo había domesticado a Giorgio, Giorgio había cambiado al niño.
Por eso, cuando Giorgio desapareció, la isla entera se sumió en una mezcla de indignación y terror. Los vecinos, los pescadores... todos recorrieron la isla de punta a punta buscando a Giorgio en cada rincón. Cuando el sol se ocultó en las aguas de la laguna, la búsqueda se dio por concluida. Giorgio no había aparecido.
Aquella noche Aldo salió por la ventana de su habitación dispuesto a encontrar a su amigo. Dijo "Giorgio, Giorgio" en voz baja hasta que oyó un maullido sordo. Al girarse vio a un hombre en lo alto del puente. Aldo reconoció al hombre. El hombre, descubierto por el niño, soltó el saco que llevaba. Giorgio salió del saco, saltó las escaleras del puente y desapareció en la noche.
Días después, la isla estaba empapelada con fotos de Aldo. No iba tan mal el negocio de las fotocopias.