Tratando de hacer el menor ruido posible, entré en la habitación en penumbra. Mis ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luz escasa. Cuando por fin conseguí ver algo, me di cuenta de que había alguien más ahí. No supe qué hacer. Esperé para ver si la otra figura hacía algún movimiento. Pareció no inmutarse. A tientas, avancé por el cuarto. Pero de pronto, me detuve y lo oí. Un ruido. Un siseo, cuyo origen no conseguía localizar. Miré a la sombra, no se movía. Escuché. Poco a poco, el sonido se fue transformando en un susurro. Trataba de distinguir de dónde procedía prestándole toda mi atención.
Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que no podía venir de la figura inmóvil, ya que parecía salir del lado contrario de la habitación, de la esquina más oscura. ¿Habría alguien más ahí? Forcé la vista, nada. Ningún indicio de que ahí hubiera alguien más. Volví la mirada a la sombra que insistía en no cambiar ni un ápice su posición. El susurro se tornó en una voz de mujer. Comencé a pensar que la figura oscura también podría serlo. Aunque me costaba delimitarla en la negrura del cuarto. Ya no podía apartar la mirada de ella, había algo en su absoluta quietud que me intrigaba.
No sé cuánto tiempo habrá pasado ya. La voz cada vez hablaba más alto y la sombra cada vez mostraba menos indicios de vida. Por un instante, pensé en acercarme para ver si reaccionaba, pero no pude moverme. Me quedé ahí de pie, sin poder articular palabra ni mover un solo músculo.