Caminaba por la vasta pradera que había heredado de sus antepasado, una verde pradera que poseía un olor particular de pino; cerca del lugar se encontraba una laguna, se sentó en una pequeña silla vieja hecha con madera de un sauce, miró hacia arriba y cerró sus ojos un momento, el sol lo golpeaba en la cara, sonrió y pensó en los excitantes y placenteros momentos de su adolescencia en ese lugar. Al seguir caminando se encontró con un frondoso bosque, ya casi no recordaba que hubiese estado allí, se paró en la periferia y miró profundamente hacia el verde abismo que no parecía tener fin, recordó cuando corría junto a sus primos y hermanos por el húmedo bosque que tenía en frente, sonrió al recordar la risa de sus hermanos menores y los llanto de sus inocentes primos, ¡era una época maravillosa!, pensó.
El sol comenzaba a ocultarse y sabía que debía volver a casa, su esposa e hija lo estaba esperando, él quería que ambas conocieran su antiguo hogar. El regreso a su mansión fue triste y melancólico, sabía que las personas con que había crecido y disfrutados los años dorado de su juventud ya no estaban; sus tíos, sus primos, sus padres y sus inocentes hermanos menores solo eran un recuerdo, a medida que iba llegando a su mansión pensaba en volver a divertirse de nuevo, tenía una esposa y a su pequeña hija de cinco años con la cual podría disfrutar.
La luz de la luna llena alumbraba el patio trasero de la mansión, antes de acostarse, Maite, su esposa, le habló de los hermosos tulipanes que se encontraban en el patio, -cuando era joven yo mismo las cultive cada vez que se juntaba la familia- dijo el hombre ya acostado. A Maite le pareció un lindo gesto, apagó la lámpara y se dispuso a dormir. La noche avanza con una increíble tranquilidad, ideal para crear un plan de diversión para él y su familia al día siguiente. Los llevaría a la laguna, jugarían a la escondidas en el bosque, los persiguiera por toda la casa riendo, mañana sería un gran día.
Eran las nueve de la mañana y era hora de comenzar la diversión.
El día fue muy productivo para él, y era momento de plantar dos tulipanes rojos más, era una tradición que él mismo se impuso desde pequeño y no debía romperse. Al terminar su trabajo de jardinería su juventud había vuelto. Tenía las manos manchada de tierra y sangre, su ropa estaba sucia y rota. Su hija no tardó en morir en la laguna; golpeada, violada y ahogada, y la lucha con su esposa en el bosque le hizo sentir que no podía parar, los dos tulipanes seguirían ahí por un buen tiempo más, al igual que los otros que le hacía recordar cómo se divirtió con toda su familia. Ahora era el momento de encontrar otra esposa, y esperar que su juventud vuelva a emerger.