La sangre es viscosa y se desliza despacio. Me quito las gafas. La pared también se ha manchado. Gotas, gotas y gotas. Todo está hecho un asco. Podrías… ¿qué, haberlo hecho de otra manera? No sé hacerlo de otra manera. Puede que haya una forma menos…cómo decirlo…menos sucia, pero yo no la conozco. Sólo conozco ésta. Nadie me ha enseñado nunca nada, he tenido que aprender yo solo. Esto y lo otro, siempre solo. Así que sólo conozco esta manera. Pero luego pasa lo que pasa, que tengo que limpiar, y eso no lo soporto. A veces me he encontrado trocitos de carne sobre la alfombra, dan ganas de vomitar. Hasta el vello se me eriza al pensar en eso. Es culpa de ellos, no paran de golpearme. Tratan de huir de mí, pero yo no les dejo. Es su destino, les digo. Nunca lo aceptan. Y ¿qué quieren? Dios no puede ocuparse, son demasiados. Por eso me encargo yo. Como siempre, tengo que ser yo el que saque las castañas del fuego. Súplicas, súplicas y más súplicas. Menuda tontería, yo sólo obedezco órdenes, sólo eso. No resulta sencillo, ya lo sé, estar todo el día de un lado a otro, casi sin dormir. Lo hago porque es mi deber, son todos tan… mentirosos…no merecen vivir.
Mi primo fue el primero. Voy a bautizarte, me dijo, y me tiró encima un bacín lleno de orines. Lloré muchísimo. Cuando me tranquilicé, pude pensar con claridad. Aunque eso sí que fue una chapuza, acabé perdido. Pero, poco a poco, fui mejorando.
Ahora me preocupan otras cosas. Trato de utilizar los dos brazos, si no uno me duele siempre después. El orden también es importante, hay que ser escrupuloso. Y la limpieza. Hoy, sin embargo, sangre, sangre, sangre por todas partes, me estoy poniendo nervioso. Hasta el alzacuellos se me ha manchado ¡maldita sea!