Toc, toc…toc.
Me desperté de madrugada y esos golpes me hicieron mirar a la ventana. Creo que fue el pánico lo que hizo que saltara de la cama y me pusiera de pie. Tras tomar aire profundamente decidí darme la vuelta y volver a mirar. Ahí estaba, una persona en mi ventana, con un aspecto andrajoso, pordiosero. No sabría decir si era hombre o mujer. Niño, adolescente o adulto. Solo sabía que una persona daba golpes en mi ventana para que la dejara entrar.
—¡¡¿¿Qué coño quieres??!! ¡¡¿¿Qué eres??!! —me quedaba sin aire.— ¡¡¿Quién eres??!!
Entre mis propios gritos se me coló un pensamiento. Ir a la habitación de al lado y asomarme por la otra ventana para comprobar que eso no existía, que no era real. O incluso que era un fantasma que flotaba, un vampiro que volaba o lo que mierda fuera. Creía en todo el imaginario de terror.
Pero no. Al asomarme y girar la vista hacía la ventana de mi dormitorio lo que veía era una persona que parecía real. No flotaba, no emitía ningún destello especial… Era una puta persona real. En el alféizar de mi ventana veía a alguien que apenas podía sostenerse y que seguía dando golpes. Y sabía que eso era imposible. Vivo en un tercero.
Volví a mi habitación sin saber qué hacer. Sus ojos no dejaban de seguirme y las dudas empezaron a inundarme. No quiero abrir la ventana pero, ¿y si se cae? ¿y si muere?. Pero no quiero dejar entrar a eso…
Toc, toc…toc.
Petrificado ante la ventana, el instinto humano me hizo poner la mano en la manivela para abrirla y dejar entrar a aquella persona. Se impuso la necesidad de ayudarla. No sabía lo que iba a sentir al tacto cuando cogiera sus esqueléticas manos para socorrerla.
El primer contacto me estremeció por la frialdad de su piel. Con una rapidez inesperada, agarró la mano que le tendía y tiró hacia afuera. Tanto que tuve que frenarme con el cuerpo en el marco de la ventana para no caer. Ahí fue cuando me percaté que eso no quería entrar. Su intención era tirarme al vacío.
Lo siguiente que sentí al tacto fue el aire que recorría mi cuerpo mientras caía. Había perdido. En ese trayecto del tercer piso al suelo, solo me dio tiempo a girarme y comprobar que en la ventana de mi habitación ya no había nada. Y después, notar como todo mi cuerpo, todos mis huesos, todo yo, se estrellaba contra el asfalto.
Lo que más me jodió fue que en las noticias del día siguiente solo me mencionaron como un suicidio. Os juro que había alguien en mi ventana que tiró de mí.