TINIEBLAS EN LA ALCANTARILLA
El timón del vehículo quedó casi incrustado en mi abdomen, aun así podía respirar; vi una luz, al coger una curva, como un resplandor cegador que me cortó de tajo la visión y los sentidos; creo que alcance a frenar, pero la ráfaga de luminosa acabó con mí respirar y de ahí en adelante solo sentí que descendía sin ningún control por un abismo insondable que me atraía como un imán mortal, dando vueltas sin cesar en un vaivén fatídico, que me llevó al fondo de una alcantarilla podrida.
Ahora estaba atrapado por el timón que aprisionaba mi panza y mi vida; los vidrios del automóvil estaban semi cerrados y el agua putrefacta luchaba por entrar; traté de moverme, pero las ataduras del choque y el miedo que empezaba a devorarme en la oscuridad me aquietaban, manteniéndome paralizado por las tinieblas y el rumor incesante de roedores que gruñían como si estuvieran al borde de un banquete. Adivinaba verlos, trepándose por la carrocería indefensa, convocando a serpientes, culebras, cucarachas y sapos desesperados. Hasta ahora no sentía dolores, al parecer la oscuridad y el pavor habían detenido mis terminaciones nerviosas, como anestesiándolas y quitándoles su extrema sensibilidad.
El agua seguía entrando por la ventana entreabierta y poco a poco se instalaba en el piso del carro, bañando con su podredumbre el tapete; de pronto vi en la oscuridad la hilera de dientes afilados de una rata que saltaba del fondo de la alcantarilla a la ventana, queriendo entrar para atrapar a su presa; y eran varias, que danzaban al compás de sus ansias devoradoras, acompañadas de culebras sibilantes y de cucarachas rabiosas.
Una luz cegadora, que irrumpió de pronto en la asquerosidad de la alcantarilla, me dio fuerzas para moverme un poco y desgarrar parte de mi abdomen que empezó a desangrarse sin remedio.
-Es un vehículo accidentado.
Alcance a oír una voz recia, en medio de los estertores de mi final. De ahí en adelante los ojos no me alcanzaron para seguir viendo la noche; oía voces lejanas y cercanas; trataba de romper la oscuridad ayudado por la luces de las linternas y sentía el deslizamiento de las pieles escamosas y sutiles de las culebras olfateando mi carne moribunda; el enjambre de cucarachas merodeaba mis piernas y hasta mis brazos; las ratas me olían, se alejaban y regresaban en un concierto indeciso, como si se estuvieran preparando para la embestida final. Los sapos saltaban y lanzaban sus orines fríos, aguzando sus ojos, en busca de alguna señal de vida en mí. Unas manos recias se apoderaron de mi cabeza, de mi cuello y de todo mi cuerpo: empezaron a tratar de moverme en medio de tanta lata retorcida, usando la fuerza bruta para destruir el timón que se aferraba a mi humanidad y rescatarme de la muerte.
Cuando desperté en la cama del hospital, sentí que mi cara estaba incompleta. No podía tocármela, estaba vendado de pies a cabeza.
-Su oreja se la comió una rata, me dijo la enfermera.