No te das cuenta, pero el paso inexorable del tiempo es inborrable, imparable e inevitable. El tiempo es una enfermedad incurable. No te das ni cuenta, apenas parpadeas y han pasado cinco años, diez, veinte...
Y la gente cambia, tú cambias. Los aniñados rostros de tus primos, tíos, familia y conocidos se van arrugando, van perdiendo su forma. Destinados todos a convertirse en zombis, esos viejos ancianos encorvados que atienden cada día en las residencias... somos tú y yo. La vida es eso. Un largo camino para convertirse en un monstruo y eso da miedo. Porque cada segundo que pasa te acercas más a eso. Querría uno vivir al revés, para poder hacerse más joven y más feliz con el paso del tiempo, pero el tiempo tiene su propia dirección. Él decide por ti. Y el ser humano se auto-engaña creyendo en la juventud de espíritu, en las cremas antiarrugas y en los transplantes capilares. Zombis que se disfrazan de humanos. Suena como si los humanos fueran jóvenes y los viejos no, pero es así.
La esperanza de vida del hombre aumenta con los años, cada vez más fármacos, más medicinas, mas ciencia y biología para alargar la vida, pero para convertirte en zombi. Un humano prolongado por la química. No hace falta ir al cine a ver pelis de monstruos inexistentes. Los monstruos están ya en la tierra. Intentamos sobrevivir a todas las enfermedades sin pensar en el precio que tiene: Miles de zombis abandonados en parcelas aisladas, también conocidas como residencias. Tú y yo acabaremos allí. ¿Eres consciente de eso? ¿Tienes miedo? Pues es real. Es nuestro destino. El paso del tiempo acaba contigo... y el ser humano lo prolonga artificialmente hasta la eternidad, hasta poder soñar despierto y contemplar a los zombis sin inquietarnos, viéndolos sentados en la parada del bus con toda tranquilidad o sumidos en un triste sillón de alguna habitación abandonada. Los zombis somos nosotros. ¡Despierta!