Notaba aquella respiración detrás suya, casi podía sentir su fétido aliento en el cuello. Corría descontroladamente sin mirar atrás, de vez en cuando giraba levemente la cabeza para ver el precipicio insondable que se abría a su derecha, procurando no salirse del estrecho sendero y no precipitarse al abismo. Intentaba gritar, pedir ayuda, pero los sonidos se negaban a salir de su boca.
Giró bruscamente en un recodo del empedrado y resbaladizo camino. Sus pies perdieron adherencia y cayó en lo que parecía un pozo, oscuro y húmedo. Y, de repente, todo se hizo noche.
Abrió los ojos de golpe.
Las gotas de sudor resbalaban por sus sienes a pesar del frío que había en el ambiente. Incluso en esa penumbra se podía observar el vaho saliendo de su boca al respirar. El corazón le latía desbocadamente.
- ¿Lo había soñado? ¿O realmente había sucedido?
Miró en todas direcciones, con los ojos muy abiertos, atento a cualquier movimiento a su alrededor. Pero no, no parecía que hubiera el más mínimo.
Intentó acompasar su respiración a un ritmo más calmado. Inspirar, espirar, lenta, pausada, quedamente. Le pareció que rebotaba, como el eco, en las paredes de la habitación, debido al silencio de la noche, pensó. ¿O quizá no?
Pausó su respiración mientras agudizaba sus oídos esperando oír no sabía muy bien qué.
¡Silencio! El pesado y tranquilizador silencio de la noche fue lo único que su sentido auditivo apreció.
Se palpó con las manos la cabeza buscando posibles daños. Solo había restos del sudor que le empapaban los mechones de pelo que le caían por la frente. Sintió bajo su cuerpo la firmeza del mullido colchón. Tanteando notó la suavidad de la manta que le cubría y se relajó, estaba en su cama. Todo había sido una pesadilla, turbadora, pero pesadilla, al fin y al cabo.
- Los monstruos no existen. - Se dijo para sí mismo, mientras una pequeña sonrisa le afloraba a la cara.
Y entonces lo oyó. Una vez. Una respiración suave, prolongada. Y silencio.
- Tranquilo – se dijo. -Es fruto de tu imaginación, aquí no hay nada ni nadie.
Quiso encender la luz de la pequeña lámpara, pero no acertaba con ella. Una segunda vez, más fuerte, más larga. Silencio de nuevo.
Notó como un escalofrío le recorría la espina dorsal de arriba abajo y sintió como el vello se le erizaba por todo el cuerpo. Buscó con urgencia la lamparilla de la mesilla, dando un fuerte tirón de la cadena, esperando que aquella bombilla iluminara lo suficiente como para constatar que allí no había nadie más que él.
Oscuridad fue lo único que recibió a cambio. Oscuridad y el sonido de esa respiración. Ahora más fuerte, más intensa, más prolongada. Una, otra, otra más. Cada vez más cerca, más intensa, cada vez más salvaje. Y aquellos ojos.
Cuando la luz del día iluminó la estancia, una cadena de plata quedaba como mudo testigo de la persona que había sido devorada por ese monstruo que no existía…