–¡Hoy noche de tele! –exclama Manuel arrellanándose en su sofá reclinable mientras se alista para disfrutar el estreno de la película “Oro blanco” que, de acuerdo al tráiler, “te hará vivir una experiencia única e inolvidable”.
En la mesita de cristal de la amplia sala del apartamento, Manuel ya ha preparado su cervecita y está llamando el servicio de delivery para la pizza del viernes. La operadora lo reconoce de inmediato y registra la orden.
–Pagaré en efectivo –confirma Manuel revisando su cartera.
–Como siempre llegaremos en unos cuarenta minutos –le contesta la operadora. Manuel revisa su reloj: faltan diez para las ocho. Luego agarra el control, selecciona el programa y aprieta el play.
La película se abre con la vista nocturna de un rascacielos envuelto en la neblina. Desde la ventana de uno de los apartamentos se vislumbran un juego de sofá, el respaldo de un sillón de piel y la cabeza de un señor sentado que está leyendo un libro. De pronto suena un timbre, el señor se levanta, se dirige hacia la puerta principal y la abre como si estuviese esperando a alguien. Pero parece que algo anda mal porqué en seguida intenta cerrarla. Demasiado tarde puesto que dos hombres con unas extrañas pelucas negras y unas gafas de plástico enormes irrumpen en la sala. Uno de ellos, el más grandote, tiene un bate de béisbol en la mano, mientras que el otro, flaco como una anguila, le tapa la boca sofocándolo.
El pelucón del bastón le insta a no gritar mientras que el otro, quitándole lentamente la mano de la boca, le ordena que confiese dónde ha escondido el paquete de cocaína.
–¿Cocaína? ¡No tengo ni idea de qué están hablando! –contesta el señor que por toda respuesta recibe un golpazo de bate en la espalda. El pobre, encorvándose por el dolor, niega de nuevo y el flaco le propina un puño en la cara antes de irse acto seguido a la cocina. Regresa con un cuchillo deshuesador, mira a su alrededor y empieza a cortar irritado la piel clara de los sofás.
Mientras tanto el pobre señor con la nariz sangrante continua a repetir que no sabe nada. Cae al suelo bajo los golpes del más grandote y entonces empiezan las patadas violentas en el estómago hasta que un hilo de baba le sale de la boca entreabierta.
–Tal vez no era él –comenta jadeante el pelucón del bate mirándolo inmóvil en el suelo.
–Tal vez –responde el compadre al salir del apartamento– ¡Bueno, ya es hora de irnos! ¡Tenemos que encontrar el maldito paquete como sea!
Pero justo en aquel momento suena el timbre. «Las ocho y media, cuarenta minutos exactos» constata Manuel mirando el reloj mientras pone en pausa la película. Se levanta estremecido con la cartera para pagar su pizza pero, al abrir la puerta y con su grandísima sorpresa, se encuentra frente a dos hombres con unas enormes gafas de plástico y unas extrañas pelucas negras en la cabeza.