Los demonios no dejan de rondar por mi cabeza, nunca se cansan, siempre manipulando, siempre seduciendo… El alcohol es la única vía que tengo para silenciarlos. Pero tranquila, juntos, los enfrentaremos y todo irá bien, de verdad. Confía en mí. ¿Sabes… ? Jesús confiaba en personas peores. Que los altos cargos de la Iglesia Católica me disculpen, sonará presuntuoso, lo sé, pero físicamente, yo he sufrido, con perdón, tanto como el hijo de Dios. Al menos su sufrimiento duró escasas horas…
En nada, todo terminará, ya veras. Te lo prometo. Me alegra ver que tú no eres de las que lloran. Eso me enorgullece.
No voy a mentirte, no estoy muy seguro de cómo terminará todo esto; pero aquí, contigo, sé que existo. Y soy feliz. Más feliz que nunca. Y el resto poco me importa. Tal vez sea nuestro último día, o tal vez no. Puede que te haga el amor y mañana vaya preso; cuatro meses, un año, dos… que importa, la cárcel no es el fin del mundo. O puede que después me mate, pero siempre he sido muy cobarde para esto último. Y aunque me encierren siempre tendré la satisfacción de haber cumplido mi mayor deseo.
Esos demonios se creen libres, pero la libertad no existe. Sólo existen leyes hechas por diablos para su propio beneficio, que a mí me producen una gran infelicidad. La ley dice que no debo amarte. ¿Por qué? Ellos simplemente no entienden nada. No hay mayor sufrimiento que, comprender que nadie te comprende. ¿Quién son ellos para decidir sobre el amor? Eres mi hija y seré yo, quién te haga mujer. Es la única forma que tengo de protegerte. Y lo haré.
¿Tú también crees que es malo? Claro que sí, los demonios no paran de repetirlo. Sé que al menos tú no me juzgarás.
¿Pero, sabes qué? Si nos prohíben este amor, no es porque sea malo, sino porque es demasiado poderoso.
Te quiero, te quiero como nunca he querido a nadie. Y me muero por poder gritarlo al mundo, pero no puedo, no nos dejan. Simplemente guardemos el secreto, ¿vale?