Al principio, pensaba que era una broma. Vamos, ¿cómo era posible vaciar un restaurante completo en solo tres minutos? Porque era el tiempo que estuvo en el baño. Tres minutos. ¿Y si estaban escondidos tras…? No, imposible, no había tanto sitio como para ocultar tras la barra a cien personas, mínimo. Su mente se quedó en blanco y se dio la vuelta, para ir de nuevo al baño. La puerta crujió levemente al girar sus goznes y volvió a su cabina, que tenía la puerta cerrada. Por unos instantes, un pensamiento aterrador cruzó su mente… ¿Y si…? Pero al abrir la puerta pudo comprobar que la cabina estaba vacía. ¿Qué esperaba encontrar? Una risita se le escapó de la boca, más por calmar los nervios que por tranquilidad, y volvió al restaurante…
… que seguía vacío. Esto no tiene gracia, pensó. Y lo repitió en voz alta. Silencio. No tiene gracia, dijo de nuevo, sin conseguir su ansiada respuesta. Perplejo, caminó entre las mesas, que estaban limpias, preparadas para recibir clientes. ¿Qué hora era? Él llegó a las nueve de la noche. Allí le esperaba Marina, que se había adelantado un poco y estaba tomando una cerveza. Un día pierdes la cabeza, solía decirle, por llegar siempre tarde a todos lados. Ahora, su mesa estaba impoluta, con los cubiertos puestos, preparada para recibir a su primer cliente. Ni rastro de su chaqueta, ni de Marina. Además, la luz que entraba por las ventanas era… distinta, fría, clara. No era de noche. Y, en ese momento, el terror lo inundó de verdad. ¿Dónde estaba la calle? O sea, la calle estaba ahí, pero… ¿la gente? ¿Y los coches? Esto debe ser un sueño, no, una pesadilla y sintió un sudor frío que comenzó a perlar su frente. La sensación de estar SOLO se asentó en su mente, mientras las imágenes de su familia y amigos se paseaba dentro de su cabeza.
¡El móvil! Palpó sus bolsillos y sacó el aparato con rapidez, para comprobar que había cobertura. ¡Gracias a Dios! Accedió a los contactos y buscó el teléfono de casa. Debía escuchar la voz de sus padres y entonces, toda esa locura, pasaría. Un toque, dos, tres, cuatro… y se descolgó.
- ¿Sí?… ¡Ah, hola, Marina! ¿Ya estás allí? – dijo una voz masculina al otro lado. Su voz. – Perdona, había dejado el móvil en silencio y no he visto tus mensajes. ¡Ahora mismo bajo!
Salió a la calle corriendo para llegar hasta un portal no muy lejos de allí, que abrió con sus llaves. Siguió ascendiendo…
… y al abrir la puerta de su casa…
… Algún día pierdes la cabeza…
Su cuerpo, pálido, y a medio vestir, luciendo una gran abertura en la cabeza de la que manaba profusamente sangre. Se había golpeado contra el pico de una mesilla. La imagen le horrorizó tanto que su visión empezó a desaparecer. ¿O era su entorno? ¿Cómo había llegado al restaurante?
Fuera como fuese, su último pensamiento se desvaneció...
… como él.