Esta noche soñé con ella, igual que la pasada, como la anterior.
Me encuentro en mitad de un bosque. Camino despacio, las ramas caídas en el suelo y las hojas secas crujen a mi paso, me duelen los pies, estoy descalza.
La noche es cálida, pero su llegada se anuncia con una frialdad que estremece el alma, calla el búho, guarda silencio el zorro, se agazapa la garduña y las luciérnagas apagan su luz. Yo me tapo la boca, intento acallar mis latidos, trato de no moverme, de hacerme invisible.
Ya está aquí.
Su aliento fétido llega hasta mí. Se proyecta su sombra delante de mi cuerpo, no quiero girarme, no quiero mirarla, aun así, lo hago. Por un instante nuestras miradas se quedan clavadas, fijas y soy capaz de entender que toda la maldad del mundo está ahí dentro. Sonríe y muestra una boca sin fondo, sin dientes ni lengua, es la puerta hacia el infierno. Susurra a mi oído y sé que sus palabras se adentrarán en mi espíritu, así lo hace, así te roba la cordura.
Me despierto sabiendo como se llama. Necesito gritar, pero temo que al hacerlo se pueda deslizar su nombre a través de mi garganta.
Voy a la cocina, abro el cajón de los cubiertos y saco las tijeras que utilizo para limpiar el pescado. Permito que mi lengua salga la boca y de un corte certero la cerceno. La pequeña masa de carne sanguinolenta cae al suelo. Ya no podré repetir sus palabras.
Siento su furia. Meto un paño en la boca para detener la hemorragia. Corro a la cama y me pongo la almohada encima de la cabeza, necesito que pare el dolor.
Sigue aquí, debo esperar, el amanecer se la llevará, así ha sido siempre. Las horas transcurren lentas, tortuosas, el dolor se apiada de mí y desconecta mi mente del cuerpo.
El sol ha llegado, esta noche la he vencido.
Regresará; hoy estaré preparada. Mi boca no pronunciará sus palabras y mis oídos no escucharan sus susurros. Sé cómo hacerlo.
Voy al baño, miro mi cara desfigurada en el espejo. Sonrío, viendo en mi deformidad un triunfo. Con decisión introduzco en los oídos dos lápices de ojos, dos delineadores verdes. Perforo los tímpanos dejando que un hilillo de sangre arrolle hasta el cuello. Un pitido agudo ocupa el lugar de sus palabras durante unos segundos, después la nada. No podré hablar, no podré oír.
Mi habitación ya no tiene las paredes de color violeta, la lámpara no cuelga coqueta del techo. Tampoco está el ramo de flores secas, ni los retratos de momentos felices.
A mi alrededor sólo hay una cama con la estructura envuelta en espuma acolchada, las paredes son blancas, dicen que el blanco impide la entrada a la bruja. Mi bonito camisón ha sido sustituido por una bata azul con largas mangas que a veces cruzan mi espalda.
He ganado, no se ha llevado mi cordura, solo mis muebles.