Sueño que me despierto, y un día más, en una casa que no es mía. Pero se siente como tal; la que mi familia llama mi hogar me incomoda y me asfixia, se me hace inalcanzable todos los días. Gas para hacer café. Electricidad al coger algo de la nevera. Químicos para limpiar sin ganas la leche derramada. Todo en esta casa podría matarme. Y lo quiero. Lo ansío. Pero de forma original, quiero que sepan que lo decidí, pensando, despacio. Ah, suicidio. Pero nunca lo haré. Por lo menos, no otra vez. Hablo de ello con los que parecen mis amigos, y piensan que bromeo. Que soy algo sádica en mi humor oscuro. Que me agrada la vida y hago mofa de la muerte. Nadie sabe que siempre ha sido a la inversa. Cada carcajada en vida es un llanto en mi cabeza. Nadie sabe nada, salvo el enfermero, que va a liberarme. Aliviarme de la vida, aliviándome con la paz fría y negra de la muerte. Vendrá en un rato, y por fin empezará todo. Pero tarda. Tarda demasiado. Qué larga es la vida cuando no se desea. Recibo un escueto mensaje de disculpa, y al poner las noticias descubro que se ha abierto los brazos hasta desangrarse. Valiente. No, cobarde. Aunque ejemplar. Bello. El sueño me puede mientras las ideas chocan en mi cabeza, contrarias entre ellas; contrarias a la vida y contrarias a la muerte. Sueño que me despierto. Y un día más, en una casa que no es mía. Que me quiere matar. Y en la que quiero morir.