Llevo de Erasmus 2 semanas en Florencia. Nunca había vivido sola, y está siendo un reto aprender a organizarme como si me hubiese independizado.
Estoy estudiando en mi habitación, y me ha llegado un email de una cuenta que no era conocida. No suelo abrir estas cosas, pero lo hago por curiosidad. En el email, un tipo dice saber mis contraseñas y me chantajea con publicar imágenes mías si no le doy dinero. En el email, incluye mis contraseñas, para constatar que las tiene, y así parecer más creíble. Me intento calmar, cambio las contraseñas y me creo un nuevo email.
“Bueno, me voy a dormir ya, que mañana tengo que estudiar”. Cierro los ojos, y comienzo a viajar por mis pensamientos hasta sumergirme en un sueño profundo. Cuando abro los ojos, me fijo a mi alrededor, borroso por eso de ser miope. Todo se aclara cuando me froto los ojos y me pongo las gafas. Voy al baño y, a pesar de estar medio dormida, me doy cuenta de que algo ha cambiado. Las cosas no están colocadas como deberían, y me falta un bote de colonia que tenía en el armario. No le doy mayor importancia, porque me estoy instalando y puede ser que haya reorganizado algo y que no me acuerde.
Me preparo, salgo a la calle y tomo el camino más corto para ir a la biblioteca. Me pongo música, para hacer más ameno el viaje, y camino a la vez que los bajos de la canción retumban en mis tímpanos. El volumen, no me deja oír los pasos que me siguen.
Entro en la biblioteca, coloco mis cosas y me pongo a estudiar. Levanto la mirada, y veo a un chico bastante mono que no había visto nunca, le dedico una sonrisa intentando parecer interesada, y me vuelvo a concentrar en mis apuntes de economía.
A la hora de comer, empiezo a recoger y veo que el chico se me acerca, me sonríe y nos ponemos a hablar. Tras una conversación agradable, salgo de la biblioteca muy contenta y con la autoestima alta, porque a todos nos gusta que nos hagan caso.
Voy a casa, me preparo la comida y estudio. Mientras que estoy estudiando, escucho unos ruidos en mi piso. Con un poco de miedo, me levanto de mi mesa de estudio y me dirijo a la cocina. Cuando abro la puerta, veo al chico de la biblioteca, con un cuchillo en la mano y una mirada que no se despega de mis ojos.
- Hola, cariño, estoy preparando la cena para los dos – dice, con una sonrisa en la boca.
- Pe- pe- pero, ¿¡cómo!? ¡Fuera de mi casa!
El chico, se me acerca con el cuchillo en la mano, me lo pone en el cuello, y me dice al oído:
- Te estoy preparando tu comida favorita. Siéntate y vamos a disfrutar.
De repente, mi cabeza encaja las piezas. El email, la conversación en la biblioteca... me llevaba persiguiendo desde el principio.