Soy un hombre malo, aunque me cueste creerlo. “Soy un hombre malo”, me repito a mí mismo mientras contemplo mi reflejo en el espejo del vestíbulo del hotel de montaña donde me han guiado mis pasos. Ahora que contemplo mi rostro salpicado de gotas carmesíes, después de lo que acabo de hacer, no consigo distinguir si el hacha ensangrentada que sostengo entre mis manos es un apéndice mío o un mero instrumento de mi propia maldad. No recuerdo si me acompaña desde la niñez.
Cuando cambio mi punto de vista observo pedazos de cuerpos que se apiñan grotescamente, algunos rostros muertos me observan todavía con miedo, como máscaras griegas. Qué lejos quedan las sonrisas que dibujaban sus labios en vida. ”Pito, pito, gorgorito” murmuro, seleccionando la siguiente habitación donde voy a saciar mi sed de sangre. Llegué aquí atravesando la ventisca, peleando contra el viento que levantó una muralla invisible para protegerlos de su destino, pero nadie huye de su destino. Cuando el hombre del saco llama a una puerta reza porque no sea la tuya, de lo contrario el acero probará la carne y la desprenderá con la misma facilidad que una amante permite que su ser amado la desgarre; al principio ofrece una morbosa resistencia, pero una vez que su defensa se quiebra, el contacto entre los sexos resulta enloquecedor.
Y lo que ocurre esta noche es que el hombre malo, el hombre del saco, soy yo. El recepcionista que tiene su propia mano por diadema lo supo. Después le tocó a la camarera de las mandíbulas desencajadas (le dije que no me mirara, así; LE DIJE QUE NO ME MIRARA ASÍ), ahora medio metro separa su quijada inferior del resto del cráneo. La señora mayor fue demasiado lenta, sus piernas no le sirvieron en vida, así que se las voy a echar al perro... que le aproveche. En cuanto a la bella dama… espera un momento, no la veo. A ver, si es aquí… ¡no! Es por ahí. Mírala, su cuerpo está a los pies de la escalera, con una perfecta incisión, limpia y seca, que le cruza el dorsal de derecha a izquierda. Por lo demás, la joven está casi tan hermosa como cuando la cabeza estaba unida a su cuello. Desde la recepción escucho el sonido de un teléfono que me desconcierta un poco, así que voy a destruirlo, porque ¿quién quiere que le conteste a una llamada el mismísimo diablo?
¿Qué es eso? ¿Queda alguien? Más de uno, diría yo. Mi obra no ha terminado, pero con ese “uno” daré por concluida mi tarea. Al fin y al cabo no todo es diversión en esta vida, o en esta muerte; disculpa mi humor negro. Vuelvo al espejo. “Pito, pito, gorgorito”, termino con una escalofriante sonrisa de satisfacción, cuando compruebo el número de la habitación que ha resultado de mi macabro sorteo trucado. Porque recuerda, nadie huye de su destino... ni siquiera tú.
Soy un hombre malo.