Sonaba Angie de los Rolling Stone en el tocadiscos cuando tocaron el timbre por tercera vez. Ya estaba cansado de ello, pues la policía no dejaba de molestar. En el caldero se cocía el arroz aromatizado con laurel. No podía dejar de revolver la cocción para atender a los agentes. Me negaba. Además, estaba disfrutando del aroma que sobre pesaba en el ambiente. Me encanta ese olor. Antes lo hacía por placer, ahora por necesidad.
La insistencia de la policía aumentaba. Yo sabía a lo que venían. Volverían para hacerme las mismas preguntas, las mismas miradas sospechosas y volverían para examinar la casa. Pero yo no lo hice. Yo jamás haría algo así. Soy bueno, a veces torpe. ¿Cómo hubiera sido capaz de hacerlo?
Aparté el caldero del fuego y abrí la puerta. No me disculpé por mi tardanza. Yo estaba en mi casa, haciendo mis cosas. Eran ellos los que molestaban. No eran bienvenidos. Y, a pesar de no serlo, lo volvieron a hacer. Sí, las mismas preguntas, las mismas miradas sospechosas y la misma revisión de la semana pasada en cada objeto de la casa. Qué asco. Cómo odio que toquen mis cosas. Yo no hago lo que hacen ellos. No voy a casas ajenas a toquetear las intimidades de las personas. Debí rajarles el cuello uno a uno. Lentamente. Y disfrutar del deslizamiento de mi cuchilla sobre su piel, del desangrado de las arterias carótidas y, finalmente, observar cómo sus pupilas se pierden en sus párpados. Tenía que haberlo hecho y no pedirles perdón. Espera, ¿en verdad desearía haberlo hecho? Yo no soy así. Jamás cometería tal acto.
Mientras dos de los tres agentes violaban mi casa, el otro se acercó a decirme que yo era el principal sospechoso. Que mi mujer y el niño no habían ido a pasar unos días al apartamento de mi cuñado como yo había relatado. Él lo negaba. Sospechaban que mi esposa e hijo nunca salieron de esta casa aquella noche. Y, probablemente, estaban en lo cierto.
Si hago un poco de memoria puede ser que recuerde algo, pero no me interesa hacerlo. Y menos hoy con los agentes en mi casa. No quiero recordar. Ahora sólo quiero que se marchen para dormir. Dormir en este sillón adulterado. Puede ser que mañana sí quiera recordar qué hice con sus cuerpos. Espera de nuevo, ¿he dicho cuerpos? ¿De verdad he cometido eso de lo que me acusan? Sí. Algo estoy recordando. Creo que escondí los cuerpos descuartizados entre estas paredes. El aroma del laurel tapa la putrefacción. Por eso cocino el arroz aromatizado todos los días. No lo recordaba. Pero veo que me estoy olvidando nuevamente. Y eso es bueno. De esta manera sus muertes también serán un misterio incluso para mí. Porque yo no lo hice. Yo soy bueno. Jamás haría algo así.