Un rayo de luz se escapó a través de la ventana. El niño miró el resplandor de la esquina y su respiración lenta comenzó a agitarse ante el miedo de lo desconocido, no obstante, sus pies avanzaron como si la luz los invitara a un extraño juego. De pronto, se encontraba en medio de sombras. Acostumbró sus ojos a la oscuridad… y observó. Había otro yo en el espejo que lo miraba con la misma desconfianza que él al reflejo. Pero quizás no era tan sólo una proyección en el cristal, había algo retorcido en la profundidad de sus ojos.
El otro sonrió y un escalofrío recorrió la espalda del niño, petrificado ante la horrible visión. No soy capaz de describir cómo aquellos dientes tan blancos y pulidos y esos ojos sin fondo podían atormentar a la criatura, pues se puso pálida y sus piernas temblaron como ramas finas ante un huracán.
¿Qué tenía para perturbarlo de ese modo? ¿Acaso no era él mismo quien se proyectaba en el espejo? ¿O era ese otro alguien que desde las sombras había tomado su lugar?
Entonces, el doble quebró el cristal al apoyar sus manos, sus brazos atravesaron el espacio hasta tocar al niño paralizado con los ojos cerrados. Cuando se abrieron, quiso gritar, pero su voz no salió; ya no estaba viendo su reflejo, él era el reflejo. Afuera, ojos negros y sonrisas macabras se regodeaban, y ahora él sólo tenía la oscuridad, la nada absoluta, y la más completa soledad.