Devuelta al hogar después de casi un año de ausencia, recordó aquel día maldito en el que su vida giró varios grados hacia lo desconocido.
“Es una mera investigación para calmar el ánimo de unos vecinos histéricos del pueblo cercano. Investigas y vuelves”, le dijo su Superior con contundencia.
El viaje duró unas horas. Se alegró de hacerlo solo. No tendría que soportar la compañía machista de Collado.
El pueblo se hizo visible al fin después de atravesar una espesa niebla.
Alcanzó sentir en su piel el aire gélido de la noche.
Las calles vacías, barnizadas por la humedad de la bruma, hacían sumergir el ánimo de forma abismal.
-Me llamo Daniel…- Se presentó el inspector tendiéndole la mano a un anciano escuálido, sin dientes y de ojos ahuecados, quien por respuesta depositó las llaves encima de una mesa carcomida.
Era una casa vieja, inquietamente silenciosa y con signos palpables de haber sido violentada.
-Es la mejor que tengo- Le dijo el viejo. Le acompañaba su nieta, una niña de corta edad, rubia de trenzas largas, tés pálida y dulce, la que se mantenía agarrada fuertemente a la mano del abuelo y con la mirada fija en el visitante.
-No se preocupe, estaré bien- Contestó el Inspector amablemente inclinándose hacia la niña. –¿Cómo te llamas jovencita? Preguntó con el ademán de rozarle la mejilla, pero la pequeña lejos de dejarse tocar, se camufló detrás del abuelo.
El viejo cogió el bastón y a la nieta con la intención de marcharse de allí, pero la niña no obedeció, se mantuvo en el lugar sin apartar la mirada del visitante.
-Vamos Laura.
La pequeña permanecía inmóvil.
-¡Hay que irse ya!- Insistió el viejo con premura.
El Inspector algo atónito por la actitud inesperada de la pequeña, no podía apartar la mirada de ella.
-¡Laura!- Gritó el abuelo levantando el bastón hacia la pequeña. Pero la rápida intervención del Inspector pudo esquivar el golpe.
Daniel quiso recriminar la actitud incomprensible del anciano, pero para su sorpresa comprobó que la pequeña seguía sin inmutarse. Su mirada permanecía fija justo detrás de él.
De repente la pequeña comenzó a levitar y el abuelo asió el bastón en posición de váter de béisbol.
Daniel miraba a ambos aturdido. Miraba hacia atrás pero no veía nada.
La casa comenzó a abrigar el aliento aterido e inhumano de una estancia sin vida. Un olor nauseabundo propio de ultratumbas invadió la estancia.
-¡Detrás de ti!- Alcanzó a gritar la niña. Pero a Daniel no le dio tiempo a girarse. En un instante una sensación de ahogo inundó sus entrañas, sin poder llegar a razonar lo que había sucedido.
Laura volvió a descender y el abuelo bajó la guardia. Luego se marchó llevándose a la niña consigo presurosamente.
A partir de esa noche, los gritos, aullidos, llantos… fueron martilleándole noche tras noche sus oídos.
Las pesadillas cubrían su tiempo de sueño y le robaba la energía del día.
La voz de la niña invadía sus sentidos constantemente.
¡Detrás de ti…!