El amor ya no es como antes. No soy pesimista, en serio, simplemente es así. Aplicaciones como Tinder, adopta un tío, o Badoo han hecho que conocer a alguien de quien te puedas enamorar sea como ir al supermercado. Lo quiero más alto, ¿no tiene uno igual, pero con los ojos claros? ¿no puedo saber si es listo antes de quedar con él? Todo eso antes de haber intercambiado una palabra con la otra persona.
Mi amigo Rojo, siempre contaba una frase de su abuelo “en mis tiempos te daban una, y más valía que te llevases bien con ella”. Y después decía “Él lo hacía. 58 años juntos. A veces desearía ser mi abuelo.” A mí también me gustaría.
Así, que aquí estoy. En el restaurante Lamucca de Serrano. Sentado con una copa de tinto. Pensando que porque he vuelto a quedar por Tinder. Hacia meses de la última vez. Intento luchar contra el ansia que siento, pero es la necesidad de conectar. De creer que para todo roto hay su descosido.
Entra por la puerta. Es igual que en las fotos, primer punto a favor. Y va vestida de una manera discreta, le favorece, pero no es demasiado obvia. Segundo punto a favor.
Nos saludamos. Pedimos de comer, y poco a poco, comenzamos a hablar. Las primeras citas son el deporte de riesgo de este siglo, pero por otro lado tienen sus reglas. Lo fácil es que sean como entrevistas de trabajo donde cada uno es entrevistador y candidato al mismo tiempo. Tiene que parecer que quieres el trabajo, pero a la vez que tienes más candidatos interesados. Es hacer malabares entre el deseo y la distancia. Es mi parte favorita de las citas.
Miro a un lado y veo a Rojo. Ha venido.
Y NOTO QUE ALGO SE DESPIERTA EN MÍ.
Me sonríe, la mira a ella y empieza a hacer muecas. Intento seguir hablando con la chica. Le acabo de hacer una de las preguntas claves. ¿Cuándo fue su primer beso? Me habla de una puerta, y de un amigo de su hermano. Mira hacia la derecha recordando la emoción. Y luego me sonríe, igual que Rojo. Y ya sé que es mía. Parte de lograr el corazón de alguien es hacerle evocar sentimientos anteriores. Se que va a venir conmigo.
Rojo también lo sabe. Se empieza a emocionar, levanta un cuchillo y empieza a bailar. Su voz resuena en todo el restaurante, canta nuestra canción.
Primero, saber engatusar,
que piense que eres normal,
después lograrla apartar y
al final empezar a matar.
La repite, una vez y otra vez. Nadie se mueve, nadie le oye. Me gustaba más cuando estaba vivo. Sólo aparecía cuando quedábamos y nos imaginábamos cumpliendo nuestras fantasías. A ninguna le faltaba sangre.
Ahora aparece siempre que quedo con una mujer a solas. En una cita a ciegas. Y después de tontear, y robarle el móvil. La duermo. Usaré su piel para el próximo sofá. Rojo me ayudará, siempre lo hace.