Desde el 22 de noviembre de 1959, hasta nuestros días, en el KIKA, un canal infantil alemán, se emite diariamente a las 18.50 una conocidísima canción: la del Sandmänchenn, u hombrecito de arena, denominado así por dedicarse a echar unos polvos de arena en los ojos de cada niño para que puedan dormir, y que serán las legañas del día siguiente. Hasta aquí todo es enternecedor, sin embargo, sólo unos pocos conocen la verdad.
No es mi intención hacer creíble el relato que describo a continuación, pues soy mera mensajera. Antes que a mí me lo contase mi madre, a ella se lo relató mi abuela, siendo resultado de la sabiduría popular.
Sólo quien sabe escuchar, sabrá también comunicar las palabras adecuadas, las palabras de advertencia.
En los oscuros bosques de la Selva Negra, allá por el año 1812, había un pueblecito llamado Schewden. El frío, la humedad y el clima extremo en invierno hacían que no fuese un lugar agradable para vivir. Aun así, seis familias se aventuraron a edificar sus casitas de madera y hierro. De entre ellas, destacaba por su generosidad y entrega el matrimonio Munchën, muy querido por el resto de habitantes, tanto, que les nombraron los “walbosse” o jefes del bosque, en alemán.
Fueron tiempos de estabilidad y progreso, que dieron lugar al crecimiento del pueblo. A pesar de ello, un peligro acechaba en las sombras. Deena, la mujer walboose no podía concebir, hecho que aguzó los nervios de su marido Slend, llevándole a un estado de paranoia esquizofrénica.
Celoso de los hijos de los demás, con la caída de la noche y oculto bajo una larga capa negra, secuestraba a los pequeños distraídos y alejados de sus casas, los descuartizaba y disfrutaba escuchando sus gritos de dolor, pues, a sus oídos, semejaban el llanto de un recién nacido. Cuando los habitantes del pueblo descubrieron la verdad, ejecutaron a Slend ahorcándolo en el corazón del bosque.
Desde entonces, se dice que el espíritu de Slend sigue vagando por ahí, al acecho de los niños que no están todavía en sus casas.
Las ánimas de los niños descuartizados, u "hombrecitos de arena" pretenden acabar con el reinado de terror de este espíritu inmundo, avisando a las familias para que sus retoños estén en casa antes del anochecer, y rociando a los muchachos con sus propios restos, que tienen un efecto somnífero, para que no los despierten sus fuertes alaridos.