La primera vez que sucedió fue un 27 de enero. Nadie fue capaz de dar una explicación lógica a lo ocurrido, pero por alguna razón cientos de personas se lanzaron al vacío a la misma hora, desde las plantas más altas de los edificios de cada ciudad. En las noticias hablaron de una posible secta que los incitaban a suicidarse, pero nadie podía confirmarlo. Un mes después volvió a ocurrir. De nuevo cientos de personas se suicidaban a la vez. Podían ser incluso familias enteras las que saltaban de un mismo piso, dejando las calles repletas de cadáveres e imágenes difíciles de olvidar. Por lo que después de todos estos incidentes, se tomaron medidas y obligaron a instalar ventanas anti suicidio en las plantas más altas, pero fue peor el remedio que la enfermedad.
Al mes siguiente, de nuevo cientos de personas intentaron suicidarse saltando al vacío. Esta vez esas ventanas se lo impidieron, pero fue terrorífico ver cómo se dejaban la vida golpeando sus cabezas, con una fuerza sobrehumana, contra los cristales. ¡Parecían estar poseídos! Los gritos de sus seres queridos, al ver tal sangrienta escena sin poder evitarlo, llegaron hasta el último rincón de la tierra. Esas brechas mortales, esos cerebros esparcidos, y ese sufrimiento tan descomunal quedaron grabados en el recuerdo de todo aquel que lo presenció. Nadie entendía el por qué, pero entonces me tocó a mí.
Una noche cuando volvía a casa, una sombra tenebrosa se apoderó de mi ser y desde entonces no hago otra cosa que pensar en mi muerte. Vivo en una séptima planta y mis ventanas están aseguradas, y aunque mis padres me han obligado a mudarme a su casa de campo como precaución, aquí estoy. Al borde de este acantilado acompañada de otros desconocidos dispuestos a saltar por un motivo común. Solo espero que esa sombra lleve razón.