No tenéis a veces esa sensación de estar viviendo en un sueño? Sí, como si todo fuese tan perfecto que no sois capaces ni de creéroslo. Yo me siento así. Y nada va a hacer que despierte.
Soy invencible.
Son las 21.04. Así lo indican las agujas doradas de mi nuevo Patek Philippe. Enfrente de mí, Lucía me dedica su mejor sonrisa mientras juega con su pelo. Alrededor, un mar de conversaciones calmadas se extiende por las mesas del Lamucca. Aquí fue donde nos conocimos hace exactamente tres años.
—Parece que fue ayer —alargo mi brazo sobre la mesa y Lucía entrelaza sus dedos con los míos. Piel con piel.
—Buenas noches, ¿qué desean beber? —el camarero interrumpe nuestro pequeño momento romántico.
—Un agua natural, por favor —dice ella.
—¿Y el caballero?
—Tráigame ese Cair Cuvée.
—¿Una copa?
—Que sea una botella.
El camarero toma nota y se marcha. Lucía me lanza una mirada reprobatoria.
—Recuerda que tienes que llevarnos luego a casa de mi madre.
Me río, y desprecio su comentario con la mano.
—¡Vamos! No puedes negarle a un hombre su único placer.
Nos sirven la bebida mientras leemos las cartas. De vez en cuando alzo la vista sin que ella se dé cuenta.
—¿Ya sabes lo que quieres, cariño?
Lucía levanta la cabeza y clava unos ojos serios en mí. No sé qué le sucede. De repente, y sin mediar palabra, se pone en pie, se da la vuelta y se marcha.
Intento decir algo para detenerla, pero no puedo hablar.
—Caballero, ¿ya tiene claro qué desea pedir?
Ignoro al camarero. Una tensión creciente posee mi cuerpo.
—¿Caballero? ¿Me oye?
Abro los ojos. Una enfermera me mira. El paisaje cambia de la sofisticada decoración del restaurante al aséptico blanco del hospital. Estoy sentado en una sala de espera.
—¿Caballero?
—Sí, perdona… —intento centrarme— Lucía… ¿Cómo está?
—Lo siento mucho —baja la mirada.
—¿Y el bebé?
Niega con la cabeza.
Grito de dolor. Me levanto. Todo da vueltas. No es el alcohol, o quizás sí lo sea. Doy varios pasos y me tropiezo. Consigo apoyarme en la pared antes de caerme. Tengo nauseas.
La enfermera me pone la mano en el hombro.
—¿Estás bien?
Me zarandea.
—Mario. ¡Mario!
Abro los ojos. El doctor Tordera está delante de mí.
—Tranquilo —dice.
Me pongo en pie. Estoy empapado. Me acerco a la ventana. Algunos internos pasean por el patio.
—¿Otra vez el sueño?
Asiento con lentitud. Murmura y toma notas.
—Con este ya van quince esta semana. Y aún estamos a miércoles. ¿Has sido capaz de despedirte de ella esta vez?
—No —sigo observando a través del cristal.
—Tienes que intentarlo. La frecuencia de los episodios está aumentando. Temo que se convierta en una obsesión que atrape tu vida y al final no seas capaz de distinguir el sueño de la realidad.
No le escucho. Tan solo pienso en volver al restaurante.
¿No tenéis a veces esa sensación de estar viviendo en un sueño? Yo no quiero salir de él.