Tres giros de la cerradura hacen que la puerta se abra, como tantas otras veces,
produciendo un chirrido de bisagras herrumbradas, y un leve crujido de madera envejecida.
“Ya estoy aquí, cariño”, dice en voz alta mientras atraviesa el umbral. Lo hace por
costumbre, y para un segundo preocupada por haberle despertado. Suele olvidarse de que
él también cierra con llave cuando llega tarde del trabajo, para poder dormir tranquilo, y no
quiere despertarle. Deja su abrigo en el colgador, y el bolso dentro del armario que está al
lado. Pasa a la cocina, y pone a hervir agua en una tetera. Afinando el oído, escucha los
suaves ronquidos de Antonio. Debe haber sido una noche dura, porque parece haberse
quedado dormido en el sofá. Asoma por el borde del marco y efectivamente, allí ve por
encima del respaldo el pelo enmarañado de su pareja, con algunas canas ya intentando
conquistarlo en su joven edad. A los 27 años se vinieron a vivir juntos al pequeño
departamento, y un año más tarde todavía pueden permitirse el alquiler gracias a sus
trabajos, ella de enfermera y él de abogado. Mientras le observa ensimismada,ve una
sombra pasar junto a la pared que da a la habitación, y extrañada mira el espacio vacío
donde estaba lo que por un instante parecía una silueta con forma humana. Hierve el agua,
y da un pequeño salto de sorpresa al escuchar el pitido. Él sigue dormido, así que apresura
a retirar del fuego la tetera y se prepara un té, con el corazón todavía latiendo en sus oídos.
Para calmarse, se acomoda en el sofá acurrucada contra Antonio. “Siempre eres un
dormilón, así que no te quejes, que hace frío” Le responde cuando éste refunfuña entre
ronquido y ronquido. Con su mano libre, le acomoda el flequillo ya despeinado que le cubre
medio rostro, y le besa con delicadeza. Ahí se da cuenta de que está algo frío, y decide
levantarse para ir a por una manta a la habitación. Se extraña de que la puerta esté cerrada,
y parece que la manilla está atascada. Por el resquicio inferior ve la luz encendida, y una
figura estática, como si alguien estuviera de pie al otro lado. Rápidamente se mueve y
zarandea a Antonio para despertarle, pero no se mueve. Una taza de té cae de su mano
inerte al suelo, llenándolo de trozos de porcelana. Al ir a agarrar uno, en el suelo no se
proyecta la sombra de su brazo, y entonces recuerda. Vuelve a la entrada de la habitación,
y esta vez la puerta cede. Dentro, está ella misma, colgando de una viga atada con una
cuerda, su sombra proyectándose ahora hacia el salón, envolviéndola en su propia
oscuridad.