Alfredo Gutiérrez era una peculiar persona que tendía a aliviar su dolor produciéndoselo a los demás. De esta forma, cuando en enero la empresa para la que trabajaba como limpiador no le renovó el contrato, su único consuelo fue llamar a Tomás, uno de los pocos amigos de la infancia que aún conservaba, y dirigirse a alguna parte a“animar el cotarro”, como él lo llamaba.
Tomás era un muchacho tranquilo, estudiante de psicología, que sentía cierta fascinación por la mente de su compañero. ¿Cómo era posible que actuase de la forma en que actuaba, sólo cuando se sentía mal? ¿Habría remedio para sanar esa extraña fijación? El pobre chico sólo esperaba que Alfredo no la liase demasiado esta vez, así que lo convenció para tomar algo en un restaurante cercano.
Tomás no se molestó en responder, pues sabía que ese tono mordaz cesaría en cuanto su amigo se encontrase algo mejor, pero por el momento sólo rezaba para que el interior no estuviese muy concurrido. Gracias al cielo, el hecho de haberse reunido un miércoles a las doce de la noche ayudó bastante, pues estaban a escasa hora y media del cierre.
Pidieron una pizza grande boletus y, durante los primeros quince minutos tuvieron una agradable velada. Repentinamente, Alfredo hizo a la camarera un ademán para que se acercase.
No le dio tiempo a continuar, pues Alfredo le estampó laporción sin que le diese tiempo a reaccionar.
Y le lanzó lo que quedaba de bebida en su copa, ante la mirada atónita de los comensales cercanos.
El encargado del lugar no se hizo esperar demasiado, y llegó junto a un guardia de seguridad para invitarles a abandonar el restaurante, no sin antes pagar un plus por los daños infringidos. Tomás tuvo que dar la cara y disculparse por aquel intolerable comportamiento, una vez más.
Después del incidente, los amigos no volvieron a verse. Tomás sentía que todos sus esfuerzos habían sido en vano: Alfredo no cambiaría.
El día de reyes, algo extraño ocurrió.
Desde la recepción de la residencia de estudiantes lo llamaron para comunicarle que alguien le había dejado cuatro regalos. Los paquetes, de diversos tamaños y lujosamente envueltos, venían acompañados de un pequeño sobrecito, donde podía leerse: “PERDÓN”.
La felicidad y excitación de Tomás tornaron en espanto cuando, al desenvolver el regalo más grande, entre el espumillón, asomaron los ojos salidos de las cuencas y la cabeza desollada de Alfredo.