Conjura la imagen de una persona que, a tu parecer, merece castigo. Haz que sea sólida, que esté desnuda. Siéntala en un sillón robusto, de una sola pieza. Puede parecer cómodo, pero asegúrate de que no lo sea. Ubica el sillón, con la persona sentada, en un ambiente estéril. Que no haya más nada en los alrededores. Ni una ínfima señal de vida. Sólo está la persona, sentada en el sillón que debes de imaginar algo rígido. La persona no se puede levantar. El sillón está cubierto de un pegamento potente que adhiere su piel al tapizado. Intenta ponerse de pie pero no alcanza a desprenderse. No puede ni alzar el meñique. Presa de una desesperación incipiente, la persona aumenta el esfuerzo (lo que le permitas; puedes visualizarla retorciéndose o, por el contrario, endureciendo los músculos del cuello con estoicismo). Después de un rato acaba extenuada, intranquila. ¿Qué revelación le concedes? Para poder liberarse tendrá que desgarrar su piel, estirarla con fuerza hasta que se rompa, exponiendo al aire agónico la carne descortezada de su cuerpo. Haz que considere el dolor que la invadiría, que la dejaría arrastrando en manotazos de sangre con media carcasa roja todavía en posición erguida. Pero, ¿acaso no le causaría la muerte? ¿Acaso no está mejor inmóvil y sentada que destripada y libre? ¿Qué? ¿Quieres acelerar el proceso? Está bien. El sillón se prende en fuego. Una llamarada intensa lo consume todo. La persona, sentada, pegada, se quema de pies a cabeza. Suelta unos aullidos de dolor que hacen melodía con el chisporroteo de las flamas. ¡Intenta salvarla! ¿Qué puedes hacer? Imaginas que la persona, de nuevo, trata de escurrirse y despegarse, de mover los costados, de estirar las piernas. Pero no lo logra. Siente un ardor maldito, burbujeante, que lacera su cuerpo y lo calcina y lo enrojece y lo derrite y lo ennegrece, lo consume, lo carcome. Y la persona apenas puede gritar porque está pegada al sillón. ¿O es que acaso podría liberarse, si tú se lo permitieses? Después de todo, la persona no existe. Pero, entonces, ¿por qué te cuesta tanto trabajo presenciar esta hoguera? ¿Por qué conjuras la imagen de una persona sufriendo, sin darle oportunidad de escape? Vas a decirte que lo has hecho porque yo te lo he dicho, porque yo te lo he ordenado, pero esa no es la verdad. En cualquier momento has podido encontrar una solución: has podido disolver el pegamento, has podido restablecer su piel de manera indolora si la hubieras dejado desprenderse, has podido intercambiar la sensación de tortura por una de placer, has podido echarle por encima un gran balde de agua manantial. Pero no has tomado ninguna de las sugerencias. Aún la tienes ahí, quemándose, muriendo en un sillón en la mitad de la nada, soltando alaridos infames en tu mente. Y te asoma una duda, te preguntas quién tiene el control sobre tu entendimiento, si eres tú o soy yo, porque unas simples palabras han servido para llevarte a matar.