La noche había merecido la pena. Se había divertido como nunca. Empezó a recoger...
Mientras recogía se dió cuenta de que Mora, su perra, se mantenía de pie al borde de la
piscina. Mora la miraba fijamente como si pudiese ver a través de ella. No tenía ni idea de
quién la podía haber sacado fuera con el frío que hacía aquella noche, así que salió a buscarla.
Se agachó y aprovechó el instante para acariciarle la cabecita a Mora que parecía bastante
tensa. No era para menos al estar ahí fuera con aquel ambiente lúgubre y gélido que devoraba
la noche.
Mientras la tocaba con cariño pudo distinguir justo detrás de ella un pequeño bulto. Hubo algo
en aquel instante que le atraía a tocar aquel paquetito y dedicarle toda su atención. Mora al
dejar de recibir mimos entró corriendo a casa.
Cuando Mora se marchó todo tomó un tono aún más tétrico. Ella se dio cuenta. Había algo ahí
fuera que no podía ver ni explicar, pero sabía que no era bueno. Podía sentir la energía
cargada y totalmente negativa. Siempre había tenido una sensibilidad especial para esas cosas.
Miró a su alrededor todavía en cuclillas al lado de aquel pequeño bulto del tamaño de un
puño. Miró concentrada intentando adivinar que era aquello que la hacía estremecerse. Se
rindió.
Se giró a mirar el pequeño bulto, lista para incorporarse y volver dentro, pero al mirarlo pudo
ver con claridad un par de zapatitos rojos de bebé. Un rojo intenso, nuevo y reluciente. Todo
su cuerpo se tensó e instintivamente comenzó a buscar con la mirada alrededor.
No podían haber aparecido de la nada. No había manera de que hubiesen llegado allí. Quería
correr dentro y olvidarse de aquello pero algo todavía más fuerte le invitaba a tocar aquellos
zapatitos. Nerviosa y helada tanto por el frío que empezaba a calarle los huesos después de un
rato fuera, como por el miedo que seguía el mismo camino que el frío adentrándose en ella,
estiró el brazo y los rozó con la punta de los dedos.
Al tocarlos se dio cuenta de que estaba perdida, el miedo la inundó por completo. Sabía lo que
venía. Había soñado varias veces con aquello. Siempre demasiado real y cada vez más intenso,
pero siempre, solo un mal sueño.
Los zapatitos se volvieron de un rojo aún más intenso y el resto del ambiente y el mundo se
llenó de tonos grises. Ahogada en pánico sabiendo que jamás volvería al mundo de los vivos,
pero consciente de que ella sí lo estaba, levantó lentamente la mirada y pudo ver todas
aquellas almas acercándose a ella.
Venían a buscarla y por mucho que gritase ya nadie en la casa podría oírla. Aquellas almas
jamás la dejarían huir, pues se alimentaban de la energía de las almas vivas que conseguían
atrapar. Mora la miraba fijamente a través del cristal mientras desaparecía entre aquellas
almas que la consumirían hasta que se convirtiese en uno de ellos.