Caminé por las oscuras calles a paso rápido, salí más tarde de lo que tenía pensando y esa noche tenía una cena muy especial.
Llegué en cuestión de minutos, giré las llaves con algo de apuro y entré.
Me dirigí a la cocina a dejar los ingredientes que previamente había comprado.
Estaba tarareando una alegre canción mientras organizaba los ingredientes que iba a usar, hasta que escuché ruidos en la habitación de al lado, cogí el viejo cuchillo carnicero perfectamente afilado del cajón y me dirigí a paso lento hacia la puerta, una vez delante de ésta, la empujé suavemente y entré.
Mi ingrediente, mi ingrediente especial...
Susurré antes de empezar a clavar efusivamente el cuchillo en uno de sus ojos, atravesándole el cráneo, mientras que él soltaba gritos ahogados. No duró mucho tiempo, en cuestión de segundos los gritos cesaron.
Carne fresca, amaba la sensación de matar, amaba la sensación de la sangre empapando mis manos, los gritos de desesperación y sobre todo, el sabor de la carne, tenía algo particular que lo volvía adictivo.
¡MÁS, MÁS, MÁS!
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El pobre hombre se había convertido en el plato principal de un demente, él era la liebre que había sido capturado por un cazador.
La cena de esa noche ya estaba servida, un exquisito pastel de carne.
No hay nada mejor que un delicioso pastel de carne, ¿verdad?