La sangre del corte salpicó la pulcra cortina. Estoy segura de que él no pudo gritar
porque fue en yugular.
La luz prendida de la habitación cuya ventana está frente a la mía refleja los
movimientos como en el mejor teatro de sombras. Nuestros patios colindan, están
enfrentados. La medianera es tan baja que desde las ventanas del primer piso se puede
observar la casa del vecino en su totalidad: el patio, ventanas de la planta baja y primer
piso. Por supuesto, la decencia nos despega la vista del patio del vecino. Pero cómo ignorar
la luz, el temblor y los gritos que arrebataron mi sueño y mi decencia.
Estaba soñando cuando una fuerte vibración de la ventana y una luz enceguecedora
me despertó. No sé si lo soñé a decir verdad pero sí puedo afirmar que la discusión elevada
de tono de mis vecinos estaba antes de que despertara y siguió una vez despierta. Ya
desvelada me acerqué a la ventana a ver si podía ver algo. Daba miedo la forma en que se
gritaban. Acercarme era por seguridad de alguno. Eso pensé.
Estaban en la habitación del primer piso. Ricardo inopinadamente calló y bajó a la
cocina. Su andar era automático como el de aquel que rendido y agotado parece haber
perdido el ímpetu que ofrece el alma. Miguel le siguió. Cuando Ricardo se detuvo frente a la
mesada, tomó un cuchillo. El silencio que ya había descendido sobre la casa se intensificó.
Se podía escuchar la respiración agitada de ambos.
Ricardo le asestó con el cuchillo.
Una vez el piso, Ricardo saltó sobre el cuerpo de su pareja y lo acuchilló dos, tres,
doce veces si no conté mal a causa de la rapidez. Al salir de mi asombro, llamé a la policía
y después te llamé. Estaba tan agitada y confusa. La verdad me sirvió llamarte. Necesitaba
escuchar a alguien.
Si vieras lo que estoy viendo no me pedirías que me aleje de la ventana, estarías tan
estupefacta como yo. Ricardo sacó a Miguel al patio. No puedo creer lo que estoy viendo.
Le... ¡Dios mío! Le está cercenando. Sí, ahora sí dejé de ver. Espera. Creo escuchar a la
policía, lo confirmaré.
Las luces azules están rebotando en la calle frente a la casa de Ricardo y Miguel
(ahora solo de Ricardo).
¡Madre Santa! Ricardo está saltando la medianera. Cruzamos miradas y el odio de
sus pupilas fueron lanzas en llamas. Saltó con el impulso con el que venía, casi
sobrenatural. No es él. Estoy segura de que no es él. Una semana en esta nueva casa y el
siempre tan atento, amable.
Un sudor frío me recorre la espalda. No. Por más que pida ayuda y me escuchen (si
llegasen a hacerlo) no van a llegar a tiempo. Intento correr pero ya sabés que los años
pesan, las operaciones de cadera se sienten y los nervios... ¡Ricardo! Hija, gracias por
atenderme. ¡Ricardo, por favor! ¡Piedad! Te quiero mucho, Susana, pensar que todo fue
por...