Ya ni siquiera recuerdo quién me encerró aquí. Parece que haya pasado toda mi vida en completa oscuridad. Tampoco recuerdo el motivo, ni por qué fui abandonado a mi suerte. Debí cometer actos terribles, y este será mi castigo. O pero aún, la espera ante un castigo aún mayor.
Es por esto que, tras meses de angustia y sufrimiento, decidí disfrutar de mi clausura, pues lo que me espera fuera no puede ser en modo alguno mejor. Este es el pensamiento que me hizo sentirme en paz conmigo mismo.
Yo soy el rey de mi espacio, por humilde y oscuro que este sea. Mientras esté aquí, mi mundo es mío. Y lo prefiero al de los demás, cruel y competitivo.
Y así, en el preciso momento en que se ha abierto esa puerta, dejando entrar una luz cegadora que anuncia el exterior negado, mi corazón se ha detenido. ¿Quién se atreve a liberarme? ¿La misma persona que me encerró en este lugar? He imaginado muchas veces este momento pero, ahora que ha llegado, no puedo evitar sentir miedo. No quiero salir, pero me obligan de forma vehemente y brusca.
Por primera vez desde que recuerdo, estoy fuera. Mis ojos no se acostumbran a la luz, así que no puedo ver nada. Intento ser valiente y mantener la compostura, pero mientras me azotan no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Es entonces cuando escucho las palabras que tanto he temido:
- Enhorabuena señora, ha tenido usted un niño.