En las entrañas de un pequeño pueblo de lo que vosotros denomináis la España vaciada, mi madre, mi hermano y yo cenábamos en un cálido silencio. Ella acariciaba lentamente mi mano mientras dibujaba una bella sonrisa en su cara ruda y sosegada. Pero ese ambiente tan dulce se esfumó en el mismo instante en el que mi hermano, sin levantar la mirada del plato, susurró:
-Mamá, esconde los cuchillos.
No podía moverme, no sabía si realmente lo había escuchado. Cuando levantó su cabeza y nos miró, no tuve ninguna duda, y un frío eléctrico recorrió todo mi cuerpo como una corriente. Ella me agarró la mano con tanta fuerza que hizo crujir cada uno de mis dedos.
Nunca podré olvidar aquella mirada… El miedo inundaba sus pupilas mientras sus manos no dejaban de temblar… Ya estaban de nuevo aquí… ¡Esas malditas voces! ¡No tuvieron suficiente atormentando durante años a mi padre, que ahora volvían sin ninguna piedad a destrozar a mi hermano pequeño!
Ella hizo todo lo posible para que él no saliese más de casa. ¿Qué quieren que haga? En este pueblo todo se sabe y una madre no puede dejar que tilden a su hijo de loco. Pero lamentablemente fue imposible y a las pocas semanas se escapó.
Un frío extremo arañaba nuestra piel mientras recorríamos las calles desiertas en su busca, solo la oscuridad de la noche y el viento nos acompañaban. De repente, un grito desgarrador retumbó en todo mi cuerpo. Corrimos hacia aquel lugar y vimos la puerta de una casa entornada, empujé levemente con mi mano y ahí estaba… Destrozando la cabeza de aquella mujer con un candelabro. Él reía eufórico mientras la sangre salpicaba cada rincón de la casa. Me abalancé tratando de detenerle, pero era demasiado tarde… Esa mujer estaba destrozada. Mi madre se quitó la bufanda y tapó la boca de mi hermano con tanta fuerza que pensé que iba a romperle la mandíbula, luego me ordenó que lo llevase a casa. Lo que ocurrió en aquel lugar nunca lo supe, pero la gente del pueblo aún sigue pensando que la mujer decidió marchar a la ciudad.
Desde ese día no volvió a pisar la calle. Tapiamos su ventana y cambiamos la puerta de su habitación, dejándole totalmente aislado… Aislado con esas voces que iban devorando las ultimas luces de cordura que quedaban en él. ¡¿Cómo fuimos tan estúpidos?!
Hoy el silencio me despertó con tal violencia que no podía sentir mi cuerpo. Ni los gritos de él, ni la televisión de ella. Solo silencio. Miles de imágenes recorrían mi cabeza a cada paso que daba, pero ninguna tan macabra como lo que vi. Mi madre yacía decapitada en el suelo de su habitación. Mi hermano…
Mientras escribo estas líneas no tengo la menor idea de donde puede estar, escapó. Pero no pienso deciros donde vivimos o como es él, lo siento… Me enseñaron que pase lo que pase debo proteger a mi familia. Que dios les ampare.