Me asalta a punto de cruzar el umbral de la puerta de mi casa. Siento el frió metal contra mi cuello, ''no intentes nada extraño y sígueme''.
Pienso, ''mejor obedecer por ahora seguramente este equivocándose de persona''. Giramos a la vez, manteniéndose en todo momento a mi espalda, el arma apretada contra mi columna.
Señala un coche, me empuja hacia el. Lo arribamos, yo delante él detrás, me coloca frente al maletero, lo abre, extrae unas esposas. Con un rápido gesto me indica que me las coloque, intento hablar. Su mano rápida contra mi cara hace emanar sangre desde la comisura labial derecha en forma de un pequeño rio sangriento.
Me las coloco, ajusta un apestoso trapo en mi boca para acto seguido invitarme a entrar amablemente en la parte posterior del auto. Nula luminosidad, ni luna ni alumbrado decente. Obedezco, estoy a su merced. Lo cierra con fuerza. Envuelto en oscuridad total, oigo como monta, el motor se pone en marcha, iniciando el trayecto con una emisora radiofónica emitiendo una risa aguda y nerviosa en bucle.
El auto aminora su velocidad hasta detenerse. Suena de nuevo la puerta, se cierra de golpe. Cada paso que avanza retumba lo más profundo de mi, el tiempo avanza rápido y sigo sin ser capaz de pensar. Cesan las pisadas.
Abre el maletero, me incorpora omitiendo totalmente mis miradas suplicantes. Me agarra del brazo obligándome a caminar y apuntándome con la otra mano. Puedo discernir donde estamos, una antigua nave abandonada con apenas visibilidad únicamente otorgada por la luz natural entrante de unas cristaleras parcialmente rotas.
Me empuja hasta alcanzar el acceso de un segundo piso, subimos mediante unos peldaños oxidados y roídos, atrás queda un oscuro pasillo para alcanzar una pequeña oficina con nada más que una silla.
Balbuceo a través de la mordaza, no duda, me propina un culatazo para posteriormente empujarme hacía la silla, sentarme e inmovilizarme en ella totalmente.
Intento hablar de nuevo, buscar explicaciones, hacerle ver que se equivoca de persona. Logro llamar su interés y arranca la mordaza. ''Grita, de nada sirve aquí'', en su rostro una sonrisa diabólica, un brillo infernal en el blanco ocular.
'' Te estas equivocando de persona'', intente mentirme a mi mismo. Su sonrisa se vuelve carcajada.
Rota sobre si mismo, abandona la estancia mientras sus pasos y risotada son cada vez más lejanos. Silencio total fuera, mi mente no calla dentro, mi cuerpo indefenso, mis opciones, nulas. Estoy amparado al destino.
Vuelve, sus pisadas retumban mis tímpanos, el tiempo se detiene nuevamente. Entra, sujetando una garrafa.
Se acerca, cruza su mirada con la mía hasta acuclillarse delante apoyando entre nosotros el bidón. Reconozco ese rostro, creo que es lo que quiere. Los nervios terminan de aflorar, rompo en llanto, me agito, todo es inútil.
Se levanta, me sonríe, agarra el envase comenzando lentamente a vaciarlo, mis poros empapados de gasolina. Su mirada, fija.
Con un tercio retrocede lentamente trazando un camino hasta el rellano.
''Ultimas palabras''