Duele escribir estas líneas que brotan desde el fondo de mi corazón. Duele tu aroma y el recuerdo
de tu aroma. Duele lo que fuimos, pero duele aún más... lo que pudimos ser. Duele decirnos
adiós pero es preciso hacerlo, porque las circunstancias han cambiado en contra nuestra, y el
amor que te profeso, debe terminar. Pero no hay porque estar tristes, siempre atesoraré los breves
y bellos instantes en que caminamos de la mano por este universo; recordaré la primera vez que
te vi, tan hermosa, segura y resuelta, dejando que tu cuerpo, ceñido en ese hermoso vestido,
delineara trazos divinos por aquel parque... de tu mirada tierna y clara, brotaba el brillo del
verano con todos sus mágicos matices. Desde ese primer instante, supe que estaba destinado a
conocerte, por ello, fui infatigable en mi afán de acercarme a ti, sorteando toda clase de
obstáculos pude llamar tu atención y ganarme tu confianza; una vez que notaste mi presencia,
puse en marcha toda estrategia conocida para conquistarte. Te hice sentir bella y admirada,
poniéndote un altar en mi alma para que te sintieras valorada, especial, necesaria; puse ante ti lo
más íntimo de mis sentimientos para que tú te apoyaras en mi hombro y en mi corazón. Tenerte a
mi lado, se convirtió en mi único anhelo y debo decirte, sin falsa modestia, que en cuanto pusiste
atención a mi persona, no tenías escapatoria de mi amor. Jamás olvidaré la primera vez que te
tomé entre mis brazos, ese instante fue la cúspide de mi lucha, el momento más perfecto de mi
vida; a partir de entonces, nos hicimos uno sólo, en mente, corazón y espíritu. Me mudé contigo
para poder cuidarte y adorarte, ambos sabíamos que era un paso arriesgado pero nos aventuramos
en nombre del amor... sin embargo, a veces no basta el amor para llevar a buen puerto una
relación... En fin, que la realidad es ineludible y, muchas veces, triste, por lo que ahora es preciso
decirnos adiós; te dejo en tu habitación, con ese vestido que tantas veces me hizo idealizarte, en
unas horas te encontrarán, ataviada de rojo como la deidad que eres, como la deidad en que te he
convertido. Es claro que su ignorancia impedirá que comprendan nuestra obra, seremos
señalados, perseguidos y juzgados, pero no importa, esto nos pertenece sólo a nosotros... y a
ellas; todas ustedes son parte de mí ser, parte de mi transformación final. Guardo tu pequeño
recuerdo en un frasco de formol, me inclino, te beso y susurro en tu oído un último te amo.
La policía llegó con el crepúsculo. La habitación era dantesca. Un sanguinario altar coronado por
una joven y torturada mujer... a la que le hacía falta un pezón. Todos los indicios encontrados en
la escena del crimen la convirtieron en la novena víctima del asesino de la luna nueva. Afuera, la
noche cae... la ciudad también se transforma.