Su hija adoptiva siempre fue la rara, la solitaria con la que nadie quería jugar, silenciosa, con una mirada extraña, como ajena a todo lo que la rodeaba. A menudo la escuchaba hablar sola cuando jugaba en su habitación y Ellen sonreía pensando que al menos no le faltaba imaginación. La oía hablar como una espía que cumplía órdenes y hasta hacía voces, era muy creativa. Los años pasaban y su pequeña se convirtió en una joven que apenas tenía vida social, cada vez más solitaria pero llena de imaginación. Devoraba libros de ciencia ficción, astronomía, misterios, mitología. Era muy curiosa y parecía querer descubrir hasta el último pedazo de este mundo. Algunas noches su madre veía luz bajo su puerta, y pensaba que estaba haciendo algún proyecto del colegio porque se veía mucho movimiento en la habitación, como si hubiese más gente allí. Le preocupaba que su hija no durmiera bien y una de esas noches en que escuchó ruidos abrió la puerta sin llamar. Una mirada oscura como un abismo le devolvió el vistazo, la habitación estaba fría y apenas pudo moverse de la puerta tras dar el primer paso. A los pies de la cama de su hija, que estaba sentada y con los ojos en blanco, una bestia negra parecía ser la guardiana del trance de la niña. En aquella mirada lo vio todo: vio lo que se acercaba, vio aquel ejército de monstruos y de horribles bestias, encarnaciones de las más terribles abominaciones se precipitan sobre el mundo. Y era su hija quien les abría la puerta con una sonrisa de felicidad. Cuando Ellen recobró el aliento de aquella pesadilla, dio un paso atrás. Recordó el eclipse que se produciría aquella misma mañana y pensó en que todo está perdido, que no podría detener esa horda de soldados del mal. Y huyó llorando de la casa, calle abajo y pensando en que era culpa suya, en lo idiota que había sido. Y cuanto más corría más la asustaban sus alucinaciones. Le pareció ver cómo aparecía una mano con garras de la nada en el último cruce que había pasado, como salido de la nada vislumbró un enorme gigante ante sus ojos, ¿qué es esto? Gemía de puro horror, el pánico la engullía y le impedía respirar al correr y en cada esquina miraba de reojo contando los nuevos monstruos que llegan a este mundo. Llorando y gimiendo cae al suelo y solo es capaz de ver la Luna arder antes de convertirse en un portal del que salen unos deformes brazos que se estiran buscando dónde agarrarse. Queda tendida boca arriba, atónita, cubierta de unos hilos negros que la han alcanzado desde la casa. Tiran de ella, es su hija, que demanda su presencia para alimentar a la bestia. Es la hora de la ofrenda, el primer bocado del día.