La calle es oscura y al instante presiente que tomarla ha sido un error. Ya es tarde para cambiar de decisión. A su espalda oye unos pasos que se acercan. Cada vez más rápidos, más intensos, más de plomo. Es una maldita calle de muros continuos, sin un solo portal. Una ciega calle de oficinas y almacenes. Ni una travesía por la que cortar. Recto. Debe seguir andando recto. Alguien le sigue.
Es un cazador. Y está en ese momento en que más se disfruta de la caza. Cuando sabe que la presa percibe que van a por ella e intenta disimular. Disfruta al imaginar lo que pasa por su cabeza. "No debí tomar esta calle". "No debí alejarme del grupo". "No hay portales". "Oigo sus pasos más cerca"."Bueno, quizá no quiere nada". "Bueno, quizá no pasa nada". "Bueno, quizá no es nadie"...
¡No es nadie! Eso le enfurece. Demasiadas veces en la vida le han hecho sentir: nadie. Pero ahora es diferente, él es alguien, es un cazador que tiene a su presa a escasos metros. Ha visto como ha acelerado el paso, como ha ensanchado la espalda para parecer más grande, como ha bajado la cabeza para concentrarse. Pero nada de eso le servirá cuando lo alcance. Ya queda poco.
Las piernas agarrotadas por el andar nervioso. Correr no es una opción. Correr hace evidente el miedo. Mejor aguantar. Forzar el paso un poco más. Buscar en los bolsillos algo que pueda ayudar ¿Las llaves?¿Un bolígrafo?¿El encendedor? "Nada, ¡joder!, la puta tarjeta del bus. El móvil. Eso es. Llamo a alguien. ¿A quién?¿Cuánto tardará?¿Y si lo que quiere es el móvil?"
Los pasos no se detienen. Busca algún reflejo en el parabrisas de un coche aparcado que le dé una pista de quién le sigue. Solo distingue una mancha oscura que se acerca, indefinida. Piensa, piensa. "¿Será más alto y corpulento que yo?" Ladea la cabeza, intenta mirar de reojo. Eso es peligroso, el contacto visual es un desafío, un acelerador de tragedias.
"Me giro y le pego un cabezazo en la nariz". Es un golpe traidor y efectivo, lo ha visto en muchas películas.
De pronto se detiene en seco y gira, tan desesperado como desafiante, y ve la cara de su perseguidor. Lo reconoce al instante, es él. Han pasado muchos años pero es él. Los recuerdos y la vida se le caen encima. Recuerda aquellos días de colegio. Aquellas risas. Aquellos empujones. Aquellos salivazos. Aquellas hostias. Aquella tarde...
Sus ojos imploran clemencia como mucho tiempo atrás los que ahora le miran. Todo fue un error de infancia. La infancia, ese tiempo en que lo bueno es mejor y lo malo es el horror. Eran bromas, cosas de niños. Bromas trenzadas en un infierno infantil que se convirtieron en odio. El odio, rencor . El rencor, locura. Y la locura, venganza.
"No quise hacerlo", dice. "Yo tampoco", responde el cazador mientras le hunde un puñal en el corazón.