Carla está admirando su reflejo. Lo hace en el fantástico espejo que hay en el armario de casa de la abuela. Es un mueble antiguo, tan grande que ocupa toda una pared. La luna de un espejo de cuerpo entero cubre una de las puertas. La humedad acumulada a lo largo de los años ha dejado manchas marrones a lo largo de la superficie de cristal. Aún así, a Carla le encanta. La vieja patina que lo recubre hace de filtro, suavizando los contornos. Sonríe a su imagen, balanceándose de un lado a otro, contemplando, satisfecha, como se mueve la falda de su vestido nuevo, como brillan los zapatos de charol, también nuevos. Hoy es su cumpleaños y esos, sus regalos. Ha pedido permiso a la abuela para ir ver cómo le quedaba el conjunto en el armario de su habitación. Es una estancia muy grande justo al final del pasillo, en el otro extremo del apartamento. El sol está a punto de ocultarse y la luz vespertina tiñe la habitación con una suave luz dorada. La atmósfera quieta que reina en el cuarto hace que el tiempo, allí dentro, parezca tener otra consistencia. Más lento. Más pesado. Carla siente un ligero escalofrió. Por un momento no quiere estar allí pero entonces, levanta la cabeza y ve su imagen reflejada en el viejo espejo. Se ve muy bonita con esa luz amarilla envolviéndola. Inclina la cabeza, y sus cabellos caen en cascada. Se pone de puntillas y da unos pasitos. No puede aguantar el equilibrio y se deja caer, riendo abiertamente. Se acerca un poco a su imagen, casi como si quisiera besarla. Y entonces, la Carla del otro lado le devuelve una mirada furiosa, con los labios prietos. La niña ahoga un grito. ¿Que está pasando? ¿Se trata de una especie de broma? Pero allí no hay nadie, más que ella. Si presta atención, puede oír las voces de mama y la abuela, hablando, en la cocina. Se acerca al espejo. Su reflejo sigue ahí, mirándola con ojos furiosos. Despacio, mueve los labios pero de su boca rosada no sale ningún sonido. Aun así, Carla se tapa los oídos con las manos.
- ¿Qué quieres? ¡No me gusta eso que dices!
La imagen la observa. Sonríe. Es una sonrisa malévola, sin humor. Los labios estirados, tensando la piel tierna. Carla levanta la cabeza y escucha. Mueve la cabeza de lado a lado. No, no, no. Eso que le propone es horrible. No quiere escuchar más. Pero la imagen sigue moviendo los labios, susurrando, insistiendo.
La puerta de la habitación se abre abruptamente. Es mama, con la abuela tras ella.
- ¿Te ocurre algo, hija? Te hemos oído gritar.
La pequeña tiene la cabeza inclinada sobre el cuello, con los cabellos tapándole el rostro. Mama se arrodilla, un poco alarmada, apartándole el pelo de la cara. Las mejillas de la niña brillan, como un espejo. Sus ojos vidriosos se mueven hacia la cara de mama. Y sonríe.