Sin habérselo propuesto, Minerva abrió una vieja herida que había permanecido cerrada desde 1632. "No debí hacerlo..." - retumbaba en su cabeza tras haber despertado la ira de un ser que, por primera vez en su vida, le puso el corazón al borde de un ataque de histeria.
Su cuerpo yacía prácticamente inerte sobre el gélido suelo de su sombría habitación, y a pesar de que estaba vestida con un pijama azul marino holgado, sus miedos quedaron tan desnudos como el resplandor de la luna que acariciaba su rostro al entrar por la ventana.
El pavor que reflejaba su cara dejó entrever que nunca debió hacerlo. Jugar con objetos extraños que hay que desempolvar nunca augura nada bueno. No obstante, ella jugó... Sola. Nadie la creería si lo contase. Sería un secreto que debería guardar en su conciencia durante el resto de su vida... O no.
Minerva, aterrorizada y paralizada, intentó hacer memoria. Estaba desorientada, desconcertada y lo ocurrido no le permitía sino recordar lo más reciente... La caída. Con los ojos abiertos, mantuvo la mirada en un punto fijo e intentó reconstruir poco a poco lo que había pasado aquella noche. Recordó que junto a sus pies había un tablero quebrado por la mitad y unas velas oscuras medio consumidas que habían quedado a la misma altura, como si alguien las hubiese apagado todas al mismo tiempo.
En su habitación no había nada más que un armario, un escritorio y una cama, deteriorados por el paso del tiempo, y aquella noche, Minerva se dejó tentar por su curiosidad; abrió el antiguo armario de donde sacó el misterioso tablero y aquel juego de velas y dejó retratado a su alrededor un escenario que, lejos de presumir de una organización simple y práctica, rozaba los límites de lo siniestro.
El estrés que le causó la situación apenas le permitió recordar más detalles sobre aquella noche. Estaba demasiado nerviosa como para pensar en otra cosa que no fuese su propio miedo, pero no había más tiempo... la luz del sol se colaba entre las rendijas de la madera y ya era hora de salir.
Quiso levantarse, pero su cuerpo no reaccionó. Asustada empezó a gritar, pero su voz no se escuchó. Sentía todo lo que ocurría a su alrededor, pero ella permaneció tan inmóvil como las velas que dejaron de consumirse en la madrugada.
Del interior del tablero levitó un papel, que con cenizas de las velas empezó a escribirse solo. ¿Qué albergaba? La última y atroz voluntad de Minerva.
De repente se abrió la puerta de casa, Minerva perdió la conciencia y lo que pudo ocurrir allí será guardado en secreto para siempre por las paredes que llorarán eternamente en agónico silencio.
Despertó alterada, ardiendo, desvaneciéndose poco a poco y convirtiéndose en las mismas cenizas con las que se escribió su última voluntad. Despertó dentro del horno crematorio. Yo lo sé. Así lo planeé.
Adivinad quién escribió la historia de Minerva y quién está aquí conmigo ahora.