Hasta que los gemelos no fueron al instituto siempre había podido mantener mis pensamientos satisfechos y nada perturbaba mi otro yo. Conseguí solucionar los primeros problemillas que surgieron en la ESO. Primero pirateé los móviles de mis hijos para filtrar los whattsaps que recibían. Los antihistamínicos machacados neutralizaban todo asomo de adolescendia que surgiera y mis enfermadades inventadas pasajeras mantenían las actitudes hostiles fiuera del hogar.
El problema surgió cuando filtré un mensaje en el que Julia quedaba con un tal Carlos en el parque de detrás del instituto. Repasando los Megas guardados de conversaciones veo que sólo hay una manera de eliminar este problema. Los registros e Instagram me facilitan la información para llevar a cabo mi plan.
Son las 10 de la mañana y toco el timbre de la puerta del piso de Carlos. Abre su madre. Me presento como su consuegra y consigo ganármela para que me invite a café. En todo momento controlo mi taza y todo lo que toco. Luzco una gorra que me mantiene el pelo recogido.
Son casi la 13:00 y a las 14:30 llegan los niños del instituto. El pentobarbial sódico hace tiempo que ha actuado y he tenido tiempo de desnudar el cuerpo y dejar la nota de suicidio.
Sólo cabe esperar a Carlos y lanzarlo por la ventana. Oigo la puerta y me escondo en la cocina para atacarlo por detrás, pero dos siluetas se adivinan en el pasillo. ¡Mierda !Son Carlos y Julia.
No hay tiempo que esperar. Me arrojo sobre Carlos y con un cuchillo secciono su vena yugular. Mientras la sangre inunda el piso, veo en los ojos de Julia mi otro yo y me tranquiliza saber que mi hija aprueba todas mis actuaciones. Julia coge el móvil de Carlos y esparce alcohol de la chimenea por el sofá y la alfombra. El piso arde mientras las dos abrazadas entramos en un chino a comer.
Son las 15:30 y aún no hemos comido.