La lluvia golpeaba en el cristal del ventanal de la sala. Como cada martes, puntuales alrededor de la mesa, mano sobre mano estábamos los 7 hermanos reunidos. A pesar de las inclemencias del tiempo, no faltábamos a la cita semanal. Ávidos de información de ese otro lado, iniciamos la sesión. “¿Hermano estás ahí?” “Comunícate con nosotros” “ Estamos aquí para escucharte”. Unos segundos después de que el médium pronunciara estas palabras, la luz comenzó a ir y venir y la temperatura descendió drásticamente. El puntero del tablero parlante que yacía en el centro de la mesa se dispuso a señalar letras que conformaban palabras y se podía leer el siguiente mensaje: “¿Me habéis llamado?” “Sacadme del agujero”. Repentinamente, el hermano conductor de la sesión, conocido entre los grupos espiritas por ser médium de incorporación, se estremeció en su asiento. A continuación, protagonizó varios movimientos espasmódicos y su voz cambió radicalmente. Profirió un alarido y un escalofrío recorrió mi cuerpo. “¡Aaaayuuudaaa!” pronunció el espíritu, a través de nuestro hermano, con un hilo de voz entrecortada. “¿Cómo podemos ayudarte, hermano del otro lado?” respondimos todos al unísono. -“Estoy en el agujero” venid a ver. Súbitamente, caí en otro estado de consciencia y tuve una visión del otro lado, de la mano de Andrej, el espíritu que había acudido a la llamada de la mesa mediumnica. “Acompáñame Elisa” te mostraré el sufrimiento que padecemos allí. Y entonces, nos adentramos en un túnel largo y angosto para finalmente, aterrizar en una zona pantanosa y lúgubre. El frío helaba el corazón y la rudeza de los seres que por allí merodeaban provocaba nauseas. Era el lugar más inhóspito que había visitado jamás. Insultos, miradas de odio y tentativas de agresión nos acompañaron a lo largo de la travesía. - “¿Dónde estamos Andrej?” “¿Qué es este lugar?” y “¿Por qué no lo abandonas?” - “Elisa, es el bajo astral” “Aquí, se encuentran los espíritus que han errado en vida: los asesinos, los violadores, los entregados a las bajas pasiones y los suicidas; los que no se amaron ni amaron lo suficiente, los que no valoraron lo que tenían y los que destruyeron cuánto había a su alrededor”. Bruscamente, una fuerza sobrehumana volvió a tirar de mí y me adentró, otra vez, en el túnel a velocidad vertiginosa llevándome de regreso al cuerpo. Cuando volví en mí, recordaba todo con detalle, pero enmudecí de terror. “¿Dónde has estado hermana?”, preguntó el hermano conductor con curiosidad y estupefacción. “En el infierno”, respondí con la mirada perdida y un nudo en la garganta que entrecortaba mi voz.