Mi bisabuelo emparedó a su esposa bajo los muros de esta casa. La policía descubrió el crimen gracias a los maullidos de su animal de compañía: un gato negro encontrado junto a la víctima. La familia trató de mantener la historia en secreto. Pero un famoso escritor la inmortalizó con su pluma y nos expuso al mundo. El pueblo nos ha castigado desde entonces: cuchicheando a nuestras espaldas, negándonos el saludo, tachándonos de locos, de animales, de psicópatas.
Fui un niño tímido y asustadizo que soñaba con extraños que le señalaban con el dedo. Hasta que, poco a poco, empecé a sentir la conexión con el gato de mis ancestros. La entrada en la juventud abrillantó mi pelaje, afiló mis facciones, agudizó mis instintos. Aparqué mi timidez y aprendí a aprovecharme de mis encantos: mi tacto aterciopelado, mis sugerentes susurros, mi intensa mirada verdosa moteada de destellos dorados. A veces me sentía juguetón: me contoneaba por el barrio despertando suspiros que acababan convirtiéndose en gemidos. Otras me escurría por los tejados, me deslizaba por las cornisas, vagabundeaba hasta los bajos fondos. Creció mi apetito hasta volverse feroz. La satisfacción inmediata de mis placeres se volvió imperativa, primero, e insuficiente después. Hasta que una noche mi voz se torció y sonó como un maullido. Dejé de ser salvaje para ser únicamente cruel. Mi acompañante se convirtió en presa: mis garras se aferraron a su garganta, mis arañazos le arrancaron el alma. Y así fue como acabé en esta jaula, apartado de todo contacto hasta hoy.
Me alegra tener compañía y me alegra que sea la suya. Es evidente que tenemos una conexión especial, ¿también lo nota? Yo entiendo a los de su especie y usted entiende a los de la mía. Acérquese un poco más, no tenga miedo. ¿No tiene ganas de acariciar mi pelaje? Así, a través de la verja, sienta mi mano sobre la suya. ¿Se sonroja? A mí también me pasa: sigo siendo un niño tímido bajo mi oscura fachada. ¿Acaso no lo somos todos? Soy una criatura herida, una víctima de las circunstancias. El vecindario jamás perdonó el desliz de mi bisabuelo. Su crimen determinó mis actos y marcó mis huellas. Me convertí en un depredador para sobrevivir, imposté ferocidad para ocultar este dulce ronroneo, ¿le gustaría oírlo? Acérquese para que se lo susurre en el oído. Así, un poco más… así, un poquito más…
Y de nuevo los ojos inyectados en terror, y de nuevo el descarnado chillido que le dice adiós a la vida. El pajarillo deja de cantar para despedirse a graznidos. Y del hogar de mis antepasados llegan los aullidos de los que atravesaron sus puertas para perecer entre sus paredes. Los gritos que arrancaron mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres y mis hermanos se confunden con los de mi presa. Emito un último y triunfal alarido. Y, felizmente alborotado con esa música celestial, me remuevo en un ovillo de sangre como un gato travieso.