La verdad, nunca creí que aquello fuera a terminar así. A pesar de las muchas riñas, palizas y disputas apasionadas, sentía algo parecido a respeto hacia él. Al fin y al cabo, tras la muerte de mi padre y el abandono de los otros amigos de mamá, fue quien me crió, me llevó al colegio y me enseñó a andar en bicicleta. Llevábamos unos días sin saber de él, pero me daba paz ver que en la cara de mi ama no se apreciaba ningún signo de preocupación. Nos habían abandonado tantas veces que ella podría superar una desilusión más.
Tal vez fuera ese el origen de mis problemas. Mi tremenda necesidad de sentir que éramos “mamá y yo contra el mundo”. Tras la muerte de mi padre, mi tío Rafa quiso hacerse cargo de nosotras. Al principio supo como hacernos creer que no eran más que acciones altruistas que ejecutaba por amor a su difunto hermano. Pero, con el paso de las semanas, supe que la única intención que tenía era follarse a mi madre para cobrar parte de la poca herencia que el desgraciado de papá nos había dejado. Al final el tiempo me dio a mi la razón, y le quito a mi madre la poca dignidad que le quedaba. Se dejó convencer, engatusar y llevar a la cama, mientras yo con lágrimas en los ojos avistaba a través de la ranura casi inexistente de la puerta entornada. Y por si ya era poca mi desgracia, meses después y sin pedir permiso, nació el pequeño Dani, el ojito derecho de quien quería ser llamado papi. Por suerte, el pobre miserable se asfixió a los pocos meses con su propia saliva, y apareció muerto en la cuna.
Y así, mi tío Rafa desapareció. Supongo que le pesaba tanto muerto a su alrededor, y nos abandonó, sin decir nada. Se fue. Y vinieron otros. Raúl, Carlos, Hugo, Matías… y tal cual vinieron, acabaron por desaparecer. Sin embargo el último de ellos fue diferente. A pesar de que cada vez que pensaba en él solo podía recordar su perversidad al susurrarme al oído que se moría de ganas de estar dentro de mí, el sabor a sangre en mi boca cuando me pegaba, o el dolor en el cuero cabelludo cuando borracho se dedicaba a arrastrarme de los pelos por todo el piso de la casa… sentía algo particular hacia él. No se merecía ni el asco que le tenía, pero aun así me recordaba a mí. Sabía que me odiaba de la misma forma que yo a él y sentía una especie de conexión.
Sin embargo, ahora que volvemos a estar solas lo veo de forma diferente. Mamá y yo de nuevo. Una media sonrisa se pronuncia en mis labios, mientras doy un bocado al delicioso pastel de carne que suelo preparar cuando quiero celebrar que por fin me he librado de un cadáver. Ahora sí estás dentro de mí, capullo.